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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La discreción del secretario del Rey

Nadie se alarme, nadie se emocione: Sabino Fernández Campo descarta publicar sus memorias. Mejor dicho, las escribió hace años, a modo de terapia, pero rompió más tarde "cuidadosamente", dice, "los papeles para experimentar el alivio que produce no dejarse arrastrar por el impulso de dar publicidad al fruto de nuestra memoria". Quien durante tres lustros asistió al Rey, primero como secretario (1977-1990) y después como jefe de la Casa Real (hasta 1993), aprovecha la entrega de estos ensayos para desanimar a cuantos aún esperan que cuente su versión sobre las vicisitudes y turbulencias de la monarquía durante la transición hacia la democracia, tras la muerte del dictador Franco.

ESCRITOS MORALES Y POLÍTICOS

Sabino Fernández Campo

Ediciones Nobel. Oviedo, 2003

451 páginas. 17 euros

Fernández Campo no es, no será, el Antonio Pérez de Juan Carlos I, pero se muestra en estos escritos como dolido, desengañado, de algunas de sus funciones junto al monarca. Culto, socarrón y brillante, experto, además, en Maquiavelo -al que dedica las mejores páginas del capítulo La monarquía-, el anciano general (Oviedo, 1918) escribe como si guardara para sí sucedidos que le queman. Incluso lo dice en tres ocasiones: en la introducción, con palabras del Quijote: "Acciones hay que por grandes deben callarse y otras que por bajas no deben decirse"; y en dos de los aforismos, muchos de extraordinaria enjundia, del largo capítulo Impresiones: "La discreción es el sacrificio de no contar cuanto nos apetece, pero contar lo que debe conocerse, aunque no nos apetezca contarlo", y en este otro, muy maquiavélico: "No os alarméis por lo que digo. Tranquilizaos por lo que no digo".

Militar del bando franquista en la Guerra Civil y comprometido pronto con la democracia, Fernández Campo se muestra como un hombre desencantado, pero también intolerante con los muchas gandulerías que ha debido conocer en su larga biografía pública. Pero eso ya se sabía por las dos biografías que llevan su nombre, intitulada la primera La sombra del Rey (Manuel Soriano. Temas de Hoy, 1995) y la segunda Un hombre de Estado (Javier Fernández López. Planeta, 2000). Ahí está el hombre culto que antes de entrar al servicio del Rey había desempeñado altos cargos ministeriales -por ejemplo, una subsecretaría con el vicepresidente Alfonso Osorio, en 1975- y que después habría de dedicarse a todo como secretario real: desde la compra de un perro, a escribir discursos al monarca, aconsejarlo en sus comportamientos e, incluso, la devolución de regalos enviados a palacio por conocidos oportunistas.

En este ensayo está, en cambio, el otro Fernández Campo: el experto en Maquiavelo, el testigo de hechos trascendentales -así, la legalización del PCE en 1977 y la consiguiente revuelta militar, que parece comprender-, en fin, un sabio sobre la monarquía moderna reflexionando sobre el matrimonio de los llamados a la sucesión del Rey, o severamente preocupado, también, por la corrupción de los partidos y por la profesionalización de la que llama "tribu política", donde ve triunfar a los más incompetentes, a los obsesionados por la permanencia en un cargo público porque no tuvieron nunca una ocupación privada.

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