La montaña alemana
La suerte de Alemania concierne a toda Europa, pues su economía representa un 30% de la zona euro. Todos ganaremos si sale de la recesión y recupera su vigor económico. Empeñando todo su capital político, el canciller Schröder ha logrado extraer de su propio partido socialdemócrata (SPD) un apoyo claro a unos dolorosos, pero necesarios, recortes sociales y reformas estructurales. Con un intenso legado de subsidios públicos de todo tipo, ineficiencias en su sistema económico y pérdida de competitividad frente al conjunto del mundo, y especialmente unos vecinos orientales con costes laborales más baratos, Alemania es víctima de su anquilosamiento, de su excesiva comodidad y de la mala y lenta digestión de una costosa incorporación de la antigua Alemania del Este.
Con un coraje político del que no hicieron gala ni su precedesor Helmut Kohl ni él mismo en su primer mandato, Schröder está intentando finalmente sacar a Alemania del atolladero. Su Agenda 2010 se propone impulsar el crecimiento económico, reducir el déficit público, volver a situar el paro por debajo de los cuatro millones, recortar las prestaciones sanitarias y de desempleo, abaratar el despido, elevar la edad de jubilación, y revisar el sistema público de pensiones.
La montaña que tiene que superar Alemania es inmensa, y lograrlo requerirá un esfuerzo decisivo y sostenido, que va más allá del apoyo obtenido por un 90% del Congreso del SPD. Los sindicatos tienen aún mucho que decir y no darán fácilmente su brazo a torcer. Se anuncia un otoño tormentoso. Los democristianos controlan la Cámara territorial (Bundesrat) que tiene que aprobar buena parte de estas medidas. La jefa de la oposición, Angela Merkel, ha prometido su apoyo, siempre que el Gobierno vaya más lejos en las reformas y recortes planteados. Para que prosperen estas reformas que cuestionan el modelo alemán, el país requiere un gran pacto nacional, se plasme o no en una Gran Coalición de Gobierno entre el SPD y los democristianos.
Alemania necesita también ayuda de Europa. Fue Alemania quien impuso el rígido corsé del Plan de Estabilidad y las condiciones de acceso a la unión monetaria. Ante el vigilante pillado, son necesarias condescendencia y flexibilidad, en vez de
obligarle desde Bruselas a adoptar decisiones muy alejadas de la expansión que necesita esa economía. Y ahora que la política monetaria está en manos del Banco Central Europeo, éste puede ayudar con una rebaja de los tipos de interés, mañana mismo. Un euro caro y fuerte no favorece ni a Alemania ni al conjunto de la UE.
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