El G-8 no basta
Jacques Chirac ha acertado al invitar a la cumbre del G-8 en Evian a los jefes de Estado de 12 grandes países en vías de desarrollo, entre ellos China e India, los más poblados del planeta. Ha logrado así no sólo una reunión más representativa del mundo actual, sino también impulsar un debate en profundidad sobre temas esenciales, más allá del terrorismo global, como son el hambre, la neumonía, el sida -en cuya lucha Bush ha activado un programa especial de 15.000 millones de dólares- o el impulso a una fuerza militar de pacificación para África.
Que la cumbre de Evian se haya celebrado sin problemas y recriminaciones tras las brechas abiertas por la guerra de Irak constituye un éxito. Bush y Chirac han demostrado, al menos públicamente, que pueden trabajar juntos por el futuro a pesar de haber discrepado profundamente sobre ese conflicto. Los desacuerdos han quedado en segundo plano. Bush se ha movido poco y ha impuesto su agenda, incluido un plan de acción contra las armas de destrucción masiva, pese a que el argumento central que Bush, Blair y Aznar emplearon para justificar la guerra contra Irak no se haya traducido hasta ahora en hallazgos concretos sobre el terreno. Tampoco los planes de la Casa Blanca de desarrollar minibombas nucleares constituyen el mejor ejemplo para evitar la proliferación de este tipo de arsenales.Evian puede marcar, pese a todo, un punto de inflexión en la agenda global, al desviar el centro de las preocupaciones inmediatas de la guerra y el terrorismo a la economía. El fantasma de la deflación sobrevoló la reunión que se cierra hoy en la alpina ciudad francesa. Japón y la UE, dos de los tres grandes bloques económicos, están al borde de la recesión, y EE UU tiene un crecimiento escaso.
Hubiera sido una buena señal que en Evian se hubiera manifiestado la disposición de los grandes a evitar males peores, con políticas monetarias expansivas y actuaciones coordinadas respecto a los mercados de divisas. Pero, más allá de las buenas palabras de Bush rechazando una política de dólar débil, nada concreto salió de Evian. Si la situación es grave para las economías más desarrolladas, más aún lo es para las más pobres, que, como han demostrado las crisis financieras y monetarias de las dos últimas décadas, son las que más pagan las perturbaciones.
Las señales de asentamiento de Lula en la ortodoxia económica merecen respaldo. Y los posibles avances hacia una ronda comercial que acabe en 2004 y favorezca a estas economías rezagadas pesarán a la hora de demostrar que es posible una globalización más equitativa. Pero todo esto hay que traducirlo en hechos. El presidente francés ha logrado un apoyo genérico a la idea de Lula de un fondo internacional contra el hambre que se financie con una tasa sobre el comercio internacional de armas, aunque no está exenta de voluntarismo. Así, al menos, Lula ha puesto una semilla en el G-8 y logrado por esta vía introducir la cuestión de un desarrollo equilibrado.
El G-8 debe ganar en operatividad y para ello necesita abrirse a los grandes países en vías de desarrollo. Este tipo de formaciones G -incluida la creación en 1999 de otro G-20 diferente del de Evian- nacieron para coordinar políticas entre los grandes a medida que la globalización iba limitando la capacidad de maniobra de los Gobiernos.
Hoy, más que nunca, los problemas económicos, políticos y de seguridad son globales, y requieren una nueva gobernanza colectiva. Evian ha puesto de relieve que el G-8 -los siete más ricos y Rusia- no basta para gobernar nuestro mundo. Sin embargo, el
vacío dejado por Bush cuando ayer, sin esperar al final de la reunión, abandonó Evian con destino a Oriente Próximo, indica que, si bien no estamos en un mundo unipolar, EE UU tiene en él un peso determinante.
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