Una banda no es un buen equipo
Mientras el domingo pasado se cerraban los colegios electorales seguía aún viva la ilusión de la victoria entre los manifassers que mangonean el partido desde la sede central del PSPV en la calle Blanquerías. Estaban exultantes, hasta el punto de no admitir la menor reserva, reputada de derrotismo. Algunos, como observaba con sorna un veterano, más que del resultado final estaban pendientes del atavío que lucirían para tomar posesión del cargo en el nuevo gobierno de la Generalitat. En pocas ocasiones los deseos habían tergiversado tanto la realidad. Pero tal era el clima eufórico que se respiraba a pie de urna entre la familia socialista y no pocos de sus pastores.
Bien pensado, tampoco habría de habernos sorprendido este tono festivo y confiado. Es el que ha prevalecido en las mencionadas siglas durante buena parte de la campaña. El chapapote, la guerra y el ocasional encogimiento del PP estaban allanando, o eso creían, el camino a la alternativa, la suya, y ésta, en el colmo de la estulticia, llegó a pensar que su estrategia consistía en esperar a recoger el fruto maduro. Como se decía de Gibraltar. Y, si acaso, perorar como un disco rayado sobre las calamidades a que nos había abocado la gestión de Eduardo Zaplana y sus gentes. Un catastrofismo que, como era obvio, no sintonizaba en absoluto con la opinión más generalizada.
Podríamos anotar otra serie de desaciertos consecuentes con lo que se nos antoja un análisis errático de la situación del país y preferencias del electorado. Pero eso se lo dejamos a los responsables socialistas del entuerto a fin de que les sirva de mortificación y enmienda. Lo que ahora nos seduce es preguntarnos cómo un partido con tanta historia y estructura, con tan sólida -y presunta- cultura política, ha cometido tantos disparates. Y la respuesta, a nuestro juicio, no está en el líder, en Joan Ignasi Pla, que ha rendido el ciento por uno, pues pedirle más era tanto como impetrar prodigios. La respuesta está en la banda de temerarios e inanes en la que ha acabado el PSPV. ¿Pero de dónde ha salido esta muchachada descafeinada y aventurera, los José Ignacio Pastor, Tomás Bernabé, José Morató, José María Marugán y etcétera?
Ya comprendemos que son el parto de la renovación y que como militantes tienen todo el derecho a jugar su baza y acumular experiencia. Pero estas pruebas han de ensayarse con gaseosa. Queremos decir que no se puede dejar en sus manos un envite electoral como el pasado, cuando, y esto es lo grave, el partido de los socialistas valencianos dispone de una vieja guardia cualificada en todos los órdenes del saber y de la praxis política. Evocamos a los Joan Lerma, Ciprià Ciscar, Aurelio Martínez, Jordi Palafox, García Reche, García Bonafé, Felipe Guardiola y una nómina de igual mérito que colmaría sobradamente esta columna. ¿Por qué se les ha marginado? ¿Cómo se puede prescindir de ese capital humano a favor de la bisoñez y de la ambición pueril?
En el pecado le va la penitencia al PSPV, con la agravante de que algunos de los personajes aludidos ofrecieron desinteresadamente su colaboración y todos, sin excepción, la hubieran aportado sin ninguna expectativa de destino. Pero primó la desconfianza de esta banda que parásita el partido por el imaginado riesgo de verse desplazada en la carrera por la poltrona que tan cerca percibía. Ha prevalecido el egoísmo gallináceo y, si se quiere, el síndrome por la sobrevivencia política, con el resultado conocido, netamente frustrante por más que se lo edulcore.
No sabemos si el líder de los socialistas, el repetido Pla, es rehén de su entorno o tiene mano para mover las piezas y reforzarse con el talento que ha soslayado. Pero confiamos en que habrá aprendido la lección y no osará de nuevo a quedarse al garete de aficionados cuando, si algo tiene el partido, es una vieja guardia intelectualmente envidiable y, quizá del todo y para siempre, desarmada de ambición. Ahora bien, si no quiere que le digan que el rey va desnudo, puede seguir vistiendo el ropaje del perdedor y perorando discursos que a nadie conmueven y a pocos movilizan. Ése es, también, el camino más corto para que le muevan la silla. De nada.
PERVERSIDAD
El Partido Socialdemócrata Independiente de la Ribera, colectivo disidente del PSPV, tiene la llave de la alcaldía de Alzira. Puede dársela al PP o a los socialistas. Su primera oferta ha sido para éstos, con una condición: que eliminen de la lista a los dos que encabezan la candidatura y que en su día promovieron la moción de censura contra el alcalde Francisco Blasco. Tienen o tenían los socialistas 48 horas para contestar. Lo lógico es que den la callada por respuesta, pero los señalados con el dedo, ya están crucificados: en adelante, serán un dogal en el cuello del partido. ¡Señor, Señor, qué espectáculo más dramático el del socialismo en esa comarca! A su luz, Maquiavelo es un párvulo.
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