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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vida oculta

El nombre de Stephen Dobyns (1945) apenas puede decir nada al lector español, salvo al aficionado a la novela de terror que haya leído el que hasta hace poco era su único título traducido al castellano: La capilla de la muerte. Pero, además de este Stephen Dobyns que ha merecido el elogio de Stephen King con títulos como The Church of Dead Girls, y que también cultiva el género de misterio en la serie de novelas Saratoga protagonizadas por el detective de ficción Charlie Bradshaw, hay por lo menos otros dos Dobyns más: Stephen Dobyns el premiado poeta conocido en los círculos académicos norteamericanos desde mediados de los sesenta, autor de nueve libros de poesía y de un volumen de ensayos, Best Words, Best Order: Essays on Poetry, y el Stephen Dobyns autor de los 16 cuentos reunidos en Comiendo desnudos.

COMIENDO DESNUDOS

Stephen Dobyns

Traducción de Gian Castelli

Circe. Barcelona, 2003

315 páginas. 17 euros

Stephen Dobyns, el poeta,

si nos dejamos inspirar por la entrada que le dedica la Enciclopedia Británica, escribe una poesía en la que el aparentemente sereno realismo de la superficie es contrarrestado y a menudo socavado, aunque sin llegar nunca a ser destruido, por un descarnado ingenio que busca desactivar, desacralizándolo, la excesiva gravedad a la que un realismo estricto conduciría. Esta vaga definición de sus presupuestos poéticos puede aplicarse asimismo a los relatos de Comiendo desnudos. La primera tentación es compararlos con Carver, rastrear su evidente influencia en ellos. Con el autor de Catedral comparte Dobyns no sólo el enfoque realista de sus ficciones, sino también el universo moral del cual nacen: personajes, generalmente varones de clase y edad media, apresados en una realidad demasiado normal, que a raíz de un suceso perfectamente cotidiano toman conciencia, o no la toman, pero lo ejemplifican a ojos del lector, de las decepciones, deserciones, derrotas o míseros triunfos que definen sus vidas.

Naturalmente se trata de

una influencia explícita, primero porque Dobyns es demasiado inteligente y, como estos relatos indican, demasiado buen conocedor de su oficio como para pretender ocultar lo imposible de ocultar, y, luego, porque ha hecho pública profesión de ello participando como coautor en un libro sobre la obra de Raymond Carver. Sin embargo, Stephen Dobyns no sigue en todo a Carver, y gravitan en la trastienda de su estilo otras voces de la narrativa clásica norteamericana (empezando por la inevitable de Faulkner, que se aprecia sobre todo en el cuento titulado Kansas) como para que pueda considerársele un epígono más entre la legión de los carverianos. La diferencia fundamental entre ambos es el pacto de realidad que uno y otro establecen con el lector, que en Dobyns es deliberadamente más forzado. Dobyns no retrata nada que no pudiera suceder tras las ventanas iluminadas de cualquier ciudad, de cualquier suburbio, de cualquier villorrio o de cualquier encrucijada de caminos en la que una gasolinera, un bar o un motel sirven de escenario vital a un puñado de gentes, pero lo hace de manera que el lector nunca olvide que, aunque muy parecidas a la vida, no deja de estar leyendo ficciones: o bien, porque coloca tan en primer plano la voz narrativa (y con ella la suya propia) que el artificio está siempre a la vista del lector, como en esa exhibición de técnica literaria, de sugerencia y de manejo de los matices que es el cuento Cenizas negras, en el que una voz anónima, que tan pronto pasa de la tercera persona omnisciente a un plural en primera, evoca el contradictorio destino de un descerebrado matón de colegio que, tras casarse de penalti con una chica que no merece y que termina por abandonarlo, acaba sus días ayudando a montar cooperativas agrícolas en aldeas de Guatemala; o bien porque tensa hasta el límite de la verosimilitud las premisas de partida, como en el relato que abre el volumen, Un gozoso vacío, en el que la viuda de un poeta al que aplastó un cerdo que se descolgó de una grúa debe aprender a aceptar y, al cabo, a compartir la hilaridad que semejante muerte provoca entre quienes la rodean, o en el titulado Parte de la historia, en el que una mujer que tuvo de padres diferentes cinco hijos naturales a los que entregó en adopción debe elegir, al ser localizada por ellos, entre suministrarles una historia propia que puedan embellecer y transmitir, aunque no sea cierta, o "guardar una fidelidad sentimental a esa otra serie de acontecimientos que llamamos verdad".

Casi todos los relatos de

Comiendo

desnudos giran alrededor de la no siempre equilibrada dialéctica entre la imagen que las personas quieren tener de sí mismas y cómo son vistas por otros; casi todos están protagonizados por personajes que descubren, porque alguien no precisamente bien intencionado o un suceso trivial se lo muestra, que ninguna de las bases que los sostienen es tan firme como creía. Son cuentos crueles y cáusticos, pero también son meditaciones graves sobre la vida, y lo que los hace grandes es la habilidad de Dobyns para producir sin estridencias ambos efectos.

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