La Guerra de Sucesión novelada
"Los españoles de uno y otro sexo se entregan con tal entusiasmo al galanteo que, considerada desde este ángulo, la estrechez de los paseos puede resultar más una ventaja que un defecto". Ésta es una de las múltiples observaciones que Defoe pone en boca del capitán inglés George Carleton en este supuesto libro de memorias, prácticamente un diario de las campañas en las que sirvió a finales del siglo XVII y principios del XVIII: primero en la guerra de Holanda, posteriormente en Escocia y, por último, en la Guerra de Sucesión española.
Ya entre los primeros relatos de batallas, estratagemas y listas de caídos, el narrador-soldado incluye referencias a incidentes no bélicos, circunstancias naturales como terremotos, descripciones geográficas, y comentarios sobre el comportamiento humano en tiempos de guerra. Es fundamentalmente en la segunda parte de las memorias, mientras Carleton está prisionero en nuestro país, donde predomina este tipo de observaciones, que hacen de la obra una novela de viajes, en la que se retratan costumbres y lugares de España; de ahí el subtítulo añadido por la editora de la presente versión. El protagonista no puede disimular su predilección por Valencia, su fascinación por Montserrat, y no faltan los elogios para la localidad donde pasó la mayor parte de su cautiverio, San Clemente de la Mancha. Sin embargo, no todo son alabanzas, y a la vez que, por ejemplo, reconoce las cualidades urbanísticas de Madrid, denuncia la suciedad de sus calles; describe con detalle una corrida de toros y su calidad, pero sin omitir comentarios sobre el gusto español por la barbarie. No falta tampoco la sorpresa del capitán ante el peso de la religión, y el miedo a la Inquisición por parte de quien se sabe tildado de "hereje".
Las Memorias (1728) fueron admitidas durante mucho tiempo como efectivamente compuestas por quien firma la dedicatoria del libro, su narrador y protagonista, George Carleton, un personaje real contemporáneo de Defoe; ni siquiera Sir Walter Scott, en su edición de 1808, dudaba de la autoría del capitán inglés. Probablemente esto, junto con el hecho de que la obra haya servido de fuente de información histórica, habría provocado no poca satisfacción al autor de Robinson Crusoe, si tenemos en cuenta su esfuerzo por presentar el texto como una narración verídica. Son muchos los recursos usados con esta finalidad: la elección de un testigo presencial que narra en primera persona hechos ciertos, la documentación utilizada, el detallismo de las estrategias militares y políticas, las informaciones privilegiadas, la carta del rey Carlos a la reina inglesa, las referencias a publicaciones contemporáneas y, fundamentalmente, la insistencia del narrador en mostrarse como un observador objetivo.
Es necesario celebrar esta primera y excelente versión española de las Memorias, precedida por una documentada introducción, de gran ayuda para entender los aspectos bélicos y políticos de la obra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.