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Reportaje:

Tiziano recobra la estatura de su talento

Patrimonio Nacional restaura el 'Martirio de san Lorenzo', en el que los expertos descubren rasgos romántico-impresionistas

Tiziano Vecello, tal vez el más grande de los pintores venecianos del siglo XVI, vuelve a hacer irradiar sus destellantes pinceladas desde una de sus más importantes lienzos, cuatro siglos después de ser colgado de los muros del monasterio madrileño de El Escorial. Y ello gracias a la restauración de su hasta ahora oscurecido Martirio de san Lorenzo, óleo de gran formato llegado a España desde su taller de Venecia en el verano de 1568 hasta el altar mayor de la Iglesia Vieja del monasterio, núcleo del cual partió la completa erección del cenobio jerónimo. Sobre su ara de alabastro ha permanecido siempre, salvo una interrupción en el siglo XIX que lo desplazó unos meses a la Real Academia de San Fernando. Ahora, el cuadro volverá a salir a una magna exposición de tizianos que prepara el Prado el 9 de junio.

Tras 435 años en la Iglesia Vieja de El Escorial, el lienzo ha exigido cinco meses de mimoso tratamiento

Un equipo de cuatro especialistas de Patrimonio Nacional coordinado por Pablo Rodríguez Abad -cinco generaciones de pintores y tres de restauradores a sus espaldas- ha acometido con mimo la ardua tarea iniciada hace cinco meses. El trabajo se vio precedido por un estudio fotográfico que desglosó en 18 cuadrículas el gran lienzo, de 2,98 por 4,35 metros; se realizaron luego análisis químicos, que determinaron el estado y composición de su soporte, "forrado en 1845 de manera excepcional" según Pablo Rodríguez Abad, y de sus pigmentos; además, el lienzo fue sometido a los rayos ultravioleta para el examen de las capas superficiales, a los rayos infrarrojos para las intermedias y a numerosas pesquisas radiológicas para averiguar el estado de la más profunda de sus capas de pintura. "Hemos llegado a encontrar hasta diez de ellas", comentan Marta Gibert, Marisa Cruz y Emma Sanz, sus restauradoras. Los estratos expresan los numerosos repintes que oscurecían el lienzo. La limpieza fue minuciosa, como muestran dos angelotes de carnosidad recobrada.

El cuadro representa el tormento de san Lorenzo, bajo cuya advocación Felipe II colocó el monasterio por coincidir en el santoral la fecha de su tormento con la de la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, que dio a España la primacía sobre Europa. Lorenzo se encuentra situado sobre una parrilla, luego símbolo del monasterio, bajo la cual crepitan vagarosas llamas que hacen surgir humo, posiblemente en una de sus primeras representaciones pictóricas. Alrededor del mártir sus verdugos, entre los que figura un niño con túnica verde, el tan veneciano resinato de cobre, se agrupan bajo una soldadesca de destellantes corazas dirigida por un jinete envuelto en manto color carmín, tan caro a los pintores de Venecia. El santo eleva su mirada hacia los dos carnosos angelotes, que le anuncian la gloria.

Sin ser nueva la composición de este lienzo -Tiziano hizo otro de igual título para un convento véneto en 1548- incluye tres modificaciones consideradas geniales por los expertos. La primera consiste en que este lienzo incorpora una variación temática de gran alcance, ya que los columnados muros del templo romano de Antonino y Marcela, que ilustraban el fondo iluminado del primer cuadro veneciano, han sido sustituidos en el lienzo destinado a El Escorial por ruinas, árboles sombríos y una luna que surge de las tinieblas. Es, quizá, el primer anuncio del Romanticismo pictórico, que estremecería los talleres de Europa dos siglos después. El segundo fogonazo de su talento fue la técnica empleada por el pintor: Tiziano dibujaba con los colores, explica Carmen García Frías, conservadora de Patrimonio Nacional en San Lorenzo.

También para Esperanza Rodríguez Arana, coordinadora de Pintura "hay en este cuadro una técnica que cabría considerar preimpresionista por su vivacidad cromática y por la difuminación de las pinceladas, que obtienen masas de color de un efecto óptico singular". Pero lo más remarcable de todo es que la tela muestra un escenario plenamente nocturno, tal vez en el primero en la historia, muy anterior a la inmortal Ronda de Noche de Rembrandt, que data de 1642. Conmueve el que la restauración haya sido realizada sobre el mismo lugar donde ha permanecido colgado el cuadro durante más de cuatro siglos, precisamente sobre el primer enterramiento del fundador de la dinastía austríaca, Carlos V. Felipe II prorrogó su afección por el pintor veneciano y atesoró en El Escorial hasta once de sus obras, en filial homenaje a su imperial progenitor.

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De Venecia al Guadarrama

Tiziano Vecello nació en la aldea italiana de Pieve di Cadore en torno al año de 1480. Con nueve años marcha a Venecia, entonces bajo el esplendor renacentista, donde comienza su inclinación por la pintura. A tan terne edad ingresa en el taller de Sebastián Zuccato; al poco, pasa a los de Gentile y Giovanni Bellini, para incorporarse finalmente al del Giorgione, el más innovador de los pinceles de su época. De él tomó su talante experimental, el mismo que le llevaría a plantearse su escurialense Martirio de san Lorenzo como un punto de inflexión no sólo de su arte, el de un hombre ya octogenario, sino el de Europa entera, porque con él Tiziano mostró la senda de una nueva mirada sobre el arte, germinada sobre la experiencia manierista y proyectada genialmente hacia el Romanticismo y el Impresionismo, aún por nacer siglos después.

Carlos de Gante, nieto de los Reyes Católicos y de Maximiliano emperador, cuando recibe la doble corona busca un pintor que sacralice su alta misión. Tiziano le es presentado en 1530 en Bolonia, donde se tocaría de la corona imperial entre unos fastos inmortalizados en un friso prodigioso de la zaragozana Tarazona.

Un retrato de Carlos con un perro, del pincel de Tiziano surgido, atrae hacia el veneciano la mirada del monarca, que le llama a su corte de Augsburgo. El emperador, que sufría episodios de melancolía por las espinosas frondas de religión encendidas por Alemania, halló en Tiziano el consuelo de una amistad sincera, tanta, que le nombró conde y consejero aúlico suyo, para adentrarle en su círculo de allegados. Su lienzo Carlos V en la batalla de Mühlberg, joya del Museo del Prado, fue el reclamo visual más descollante del que cupiera dotarse un rey para acollonar a una tan levantisca Europa.

En San Lorenzo de El Escorial, las once obras del Vecello no son de trasunto aúlico, sino religioso. Ahora, a partir del 9 de junio, el Prado reúne más de 60 tizianos, incluido el Martirio de san Lorenzo, que recibe sobre sus trazos las experimentaciones surgidas del talento del veneciano. Con sus evocaciones nocturnas, sus fuegos y sus lunas, Tiziano ha mantenido 436 años de actualidad y de belleza durmientes, hoy recobradas, bajo la sierra de Guadarrama.

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