_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las urnas, por dentro

Como en otras citas electorales, el avance del escrutinio del domingo fue matizando los datos iniciales de la noche. Sobre todo, fue recortando el alcance de la victoria socialista en número total de votos, que quedó limitado a poco más de 100.000, si se agregan al PP los de UPN en Navarra. De acuerdo con ese equilibrio, el poder institucional en ayuntamientos y comunidades se mantiene más o menos estable: aun perdiendo Baleares, la izquierda mejora posiciones en el ámbito autonómico con la victoria en la Comunidad de Madrid, y aunque pierda Zaragoza, el PP se afianza en las ciudades con su victoria en 33 de las 50 capitales de provincia. Lo uno por lo otro.

Las expectativas del PSOE eran mayores. En 1999 había conseguido un cuasi empate en votos totales pese a celebrarse en el mejor momento del PP (con tregua de ETA, entrada en el euro y buenas expectativas económicas) y en uno de los peores suyos (poco después de la dimisión del candidato Borrell). Era lógico que confiase en mejorar aquel registro tras un año muy malo para el PP, y para Aznar en particular. Esa esperanza no se ha cumplido. Seguramente no era un espejismo la animadversión contra el Gobierno revelada por la movilización contra la guerra; pero la posibilidad de una derrota movilizó a su vez el voto defensivo de una parte considerable de los 10,3 millones de electores que habían respaldado a Aznar en las anteriores legislativas.

Más información
Simancas negocia con IU el Gobierno de la Comunidad de Madrid
Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En ese sentido, la situación recuerda algo a la de la última victoria de Felipe González, en 1993. La prueba de que el temor de los electores del PP no era infundado es que el PSOE ha tenido más votos; pero ese temor ha despertado a quienes no querían ver perder a Aznar, ahora que se está despidiendo. Lo han conseguido a medias. El PP no ha perdido poder, pero ha tenido menos votos que sus rivales, y eso es un mal presagio cuando se carece de aliados posibles. Porque aunque sobran motivos para evitar extrapolaciones del 25-M con vistas a las legislativas de marzo próximo, sí parece probable que el vencedor lo sea sin mayoría absoluta. Ello coloca en el centro del debate la cuestión de las alianzas.

La idea de que los socialistas eran poco seguros porque estaban dispuestos a pactar con comunistas y nacionalistas ha tenido un fuerte protagonismo en la campaña del PP. Es un argumento sectario, pero ha resultado eficaz porque incide en un punto débil de Zapatero: la existencia de estrategias demasiado dispersas en algunas comunidades. Ello ha alimentado la desconfianza hacia la actual dirección del PSOE de ese sector del electorado urbano que suele oscilar entre los dos grandes partidos (y que fue decisivo en los triunfos del PSOE en los años ochenta). El problema es que poner el acento en ese punto limita el campo de maniobra de quien haya de ser el sucesor de Aznar como candidato del PP si no obtiene mayoría absoluta.

El mapa electoral que arroja Cataluña es especialmente significativo al respecto. CiU, que ha sido fuerza aliada del PP hasta hace bien poco y que aspira a que alguien le necesite para seguir prestando votos y obteniendo réditos políticos de ello, ha seguido el camino de un lento declive y de trasvase de votos hacia Esquerra Republicana, fuerza nacionalista cada vez más emergente. Pero el socialismo no ha sacado provecho del retroceso de su rival pujolista y ha sufrido en Barcelona un duro castigo en concejales (pierde cinco) y en votos (desciende 12,5 puntos). Puede ser un revés personal del alcalde Joan Clos, dedicado con exceso a la gestión y poco a la política, o un castigo a todo lo que suene a institucional en favor de lo alternativo, lo cual debiera preocupar a Maragall.

En cuanto a Madrid, la conquista de su alcaldía era tal vez la apuesta más personal de Zapatero para estas elecciones. Aznar respondió ofreciendo la candidatura al menos aznarista de los notables de su partido, Ruiz- Gallardón. La victoria de éste, con un fuerte tirón personal (140.000 votos más que en las municipales anteriores y 40.000 más en la capital que la candidata de su partido a la Comunidad), confirma el acierto de la opción de Aznar. Lo cual obliga a matizar la naturaleza de la estrategia del PP para estas elecciones, menos lineal y más pragmática de lo que parece.

A Zapatero todo le había ido bien hasta ahora. Lo del domingo puede tener algo de decepción. Pero también puede servir como un aviso a tiempo. No basta la ilusión para transformar en votos una identificación genérica. Ni hay que dar por descontado que el viento del cambio suplirá la debilidad de los equipos y de las estrategias.

A los 25 años de la aprobación de la Constitución, los valores democráticos esenciales son compartidos, y sólo en el País Vasco existe un cuestionamiento serio de los mismos. Seguir planteando los debates políticos en términos de demócratas y antidemócratas carece de sentido. Es la credibilidad de los programas y la eficacia de los equipos para gestionarlos lo que determina el voto, sin que la identificación ideológica sea ya un factor condicionante. La excepción vasca consiste en que allí sí existe una cuestión previa a los programas, que es la defensa de la democracia. Los resultados del domingo en Euskadi mantienen en términos generales la relación de fuerzas anterior, y el pluralismo que reflejan sigue siendo el más eficaz freno al unilateralismo del plan soberanista de Ibarretxe.

Pero lo más importante es que de los 272.000 votos que tuvo Batasuna hace cuatro años, unos 150.000, cifra similar a la obtenida por esa formación en las autonómicas de 2001, mantienen su fidelidad (ahora mediante el voto nulo) al partido judicialmente disuelto. El resto, unos 120.000 votos, se ha distribuido entre otras formaciones (Aralar, PNV-EA, IU), más o menos soberanistas o colaboradoras del soberanismo, pero pacíficas. En política, los problemas no se esfuman y tampoco suelen resolverse de manera definitiva. Más bien se transforman en otro problema diferente. El reforzamiento del nacionalismo soberanista con votos provenientes de Batasuna es un problema; pero el debilitamiento de ETA en el frente electoral permite abordar ese problema en mejores condiciones.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_