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Columna
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Elecciones

¿Qué hubiera pensado Amerigo Ormea? ¿Cuál sería su estado de ánimo? Evoco al escritor Italo Calvino, que a principios de los años sesenta inventó en su novela La jornada de un interventor electoral, casi como un alter ego, ese personaje de un comunista agnóstico y melancólico que se hace muchas preguntas mientras trata de evitar que la Democracia Cristiana abuse del voto de los internos en el Cottolengo de Turín. ¿Hubiera sentido ayer, el bueno de Amerigo Ormea, el mismo fatalismo en cualquier colegio electoral de nuestras calles? ¿Habría repetido que "éste es sólo un rincón del ancho mundo y que las cosas se deciden, no digamos en otro lugar porque en otro lugar está en todas partes, sino en una escala más vasta"? Parece bastante claro que la democracia no consiste sólo en votar cada cuatro años, -así lo está poniendo de relieve el creciente movimiento social a favor de la democracia participativa-, pero también parece claro que no puede consistir en nada sin esa producción de representación, de gobierno y de legitimidad que sólo suministra el mecanismo de las elecciones. Calvino, que fue un escritor finísimo, nos regaló numerosas metáforas políticas. Como aquella de Ersilia, una de sus ciudades invisibles, donde "los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros, según indiquen las relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación". Cuando los hilos son tantos que no se puede pasar, lo vecinos se marchan. Van dejando, así, un rosario de ciudades abandonadas llenas de "telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma". Es difícil imaginar que la forma de esas telarañas pueda perfilarse con una asignación de escaños a partidos y de porcentajes a candidaturas. La aritmética no alcanza a definir la complejidad de lo social ni genera respeto por las diferencias. Tampoco lo consiguen las abstracciones de la ideología. Como Amerigo Ormea, sabemos que la utopía acaba donde comienza la realidad. Pero, también como a él, nos inquieta "el riesgo de confundir las instituciones con el fuego secreto sin el cual las ciudades no se fundan ni las ruedas de las máquinas se ponen en movimiento".

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