Un bello paseo por las tierras de Pedraza
Un paseo por la selvática garganta que este curso segoviano surca en las históricas tierras de Pedraza
Los ríos, como las personas, suelen tener una juventud bastante salvaje y accidentada, que contrasta con los hábitos moderados que adquieren al hacerse mayores, para gran alivio de las autoridades hidrológicas. Que ocurra lo contrario -ríos y personas que se desmadran después de una mocedad ejemplar- puede no ser lo normal ni lo más deseable, pero es un saludable síntoma de que el aburrimiento de lo previsible no se ha instalado definitivamente en el universo. Tal es el caso del río Cega.
Todo lo que puede verse bajando por el Cega desde sus nacederos en el puerto de Navafría -el ordenadísimo pinar de Navafría, la turística cascada del Chorro, el martinete hidráulico de batir cobre que la familia Abán mantiene desde 1850, el pacífico pueblo de Navafría, la bucólica Cañada Real Soriana, la ermita románica de las Vegas y la pulcra villa medieval de Pedraza- es la habitación de un joven modélico, un valle de guía ilustrada, esa guía que siempre llevan en la guantera las personas a las que les gusta que sus vacaciones discurran dentro de los cauces lógicos y previsibles.
La ermita de San Salvador alza su espadaña cigüeñera a las puertas de La Velilla
Nada, en esos primeros 18 kilómetros de plácido curso, permite sospechar la salvajada que el Cega hará a continuación, embarrancándose furibundo entre las aldeas de La Velilla y Pajares de Pedraza. Son cinco kilómetros de aguas rabiosas entre paredones verticales de gneis y selva mediterránea en estado puro: una legua de belleza desconocida, que hoy vamos a descubrir rastreando una vereda de ganado por lo alto del cañón y regresando por otra de pescadores abierta en fecha reciente en la mismísima orilla.
La ermita de San Salvador, que alza su espadaña cigüeñera a las puertas de La Velilla, nos servirá como referencia para echarnos a andar por la pista de tierra que nace justo enfrente y sigue al Cega aguas abajo sobre el roquedo de la margen izquierda. En un cuarto de hora, llegaremos a un precioso molino rehabilitado como vivienda, una casita de cuento que, al reflejarse en una presa orlada de sauces y álamos, es como un espejismo de vida civilizada, la última sonrisa del Cega doncel antes de tornarse bronco.
Un puente sobre la atronadora caída de la presa nos permitirá cruzar a la margen derecha, que ya no abandonaremos en lo sucesivo. Acto seguido, franquearemos una alambrada por un paso para pescadores y ganaremos altura por la brava ladera, buscando la vereda más llana y llena de pisadas, vedijas y cagarrutas ovejunas. Este camino, con ser menos claro que el que utilizaremos a la vuelta, tiene la ventaja de ofrecer una vista aérea y hermosa: al fondo, la sierra de Guadarrama; más cerca, Pedraza, toda muralla, campanario y castillo, y abajo, el bosque de ribera, de un verdor más claro y jugoso que el del encinar circundante.
Después de atravesar tres barranquetes laterales, que apenas aportan un hilo de agua al tumultuoso Cega, se nos presentará, como a una hora y media del inicio, la oportunidad de bajar al río, aprovechando que la garganta da paso a una amplia vega; el grisáceo gneis, a la rubia caliza; el encinar, al sabinar, y la trocha de ovejas, a un buen camino que nos llevará en media hora más, entre trigales y alamedas, hasta la aldehuela de Pajares. Allí, bajo las buitreras de la peña del Tuero, el Cega se apacigua en un remanso sombreado por viejos chopos donde algún pescador tienta a las truchas en vano, pues están escondidas en los rápidos de más arriba.
El regreso, por la misma margen, la derecha, pero sin apartarnos de la orilla. Este camino por el fondo de la garganta, hasta hace poco intransitable, ahora es un paseo encantador, como de gnomos, por un túnel abierto en la maraña de zarzas y sauces, y con 20 escalerillas de madera para sortear los peñascos. Encantador, pero endeble. Sólo es cuestión de tiempo que las escalerillas se pudran, la selva se cierre y el Cega vuelva a ser un perfecto salvaje.
Numerosas pozas para bañarse
- Dónde. La Velilla (Segovia), punto de partida de esta excursión, dista 111 kilómetros de Madrid. Se va por la carretera de A Coruña (A-6) hasta Villalba, por la M-601 hasta el puerto de Navacerrada y por la CL-601 hasta La Granja, siguiendo luego hacia Torrecaballeros y finalmente por la N-110 (dirección Soria) para coger el desvío a la izquierda que hay pasado el pueblo de La Salceda.
- Cuándo. Ruta de diez kilómetros y cuatro horas de duración -dos de ida por la ladera del barranco y otras tantas de vuelta por el fondo-, con un desnivel acumulado de 100 metros y una dificultad media-baja, recomendable en cualquier época del año. Si el día es de mucho calor, el Cega ofrece numerosas ocasiones para el baño en las pozas profundas y sombrías que salpican su garganta.
- Quién. La Asociación para el Desarrollo Rural de Segovia Sur (Carretera. de Segovia, 5; Espirdo; Segovia) ha publicado guías con croquis de 28 sendas de la comarca, incluida la del barranco del Cega, que pueden solicitarse llamando al teléfono 921 449 059 o bien consultarse de forma directa en Internet: www.a-segovia.com
- Y qué más. Cartografía: hoja 19-18 (Prádena) del Servicio Geográfico del Ejército, o la 458 del Instituto Geográfico Nacional.
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