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Columna
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El 26-M

Miquel Alberola

Sea Francisco Camps o Joan Ignasi Pla quien gane mañana en las urnas (por sí mismo o con el apoyo de otros), el lunes 26 tendrá sobre su mesa un problema que se plantea crucial para su supervivencia política. Uno y otro, aunque no en idéntica intensidad ni etiología, están sometidos a una realidad orgánica similar, que proyecta una sombra de duda sobre su soberanía para decidir quiénes han de integrar su equipo de gobierno. En el caso de Camps, Eduardo Zaplana ha ideado una estructura para sobrevivirse a sí mismo con las máximas garantías, aunque ello no implica que sea por fuerza infalible, puesto que nunca ha funcionado. Zaplana ha confeccionado a su antojo las candidaturas a las Cortes Valencianas, con lo que, si fuera necesario, se asegura el control parlamentario sobre el presidente del Consell, dejándolo atado de pies y manos ante asuntos tan decisivos como lo pudieran ser los presupuestos. Está por ver hasta qué punto el diseño del nuevo gobierno no está preconfigurado por su mano, incluso de qué margen de maniobra dispondrá Camps en el segundo escalafón, o con qué libertad podrá tomar decisiones. Esa situación, con un supermolt honorable en la vertical, aparte de la perversión que entraña para el sistema autonómico, puede hacerse irrespirable para Camps. La principal ventaja de Camps, en caso de que decidiera romper ese protectorado, es también su principal inconveniente: el PP es un partido muy caudillista, por lo que quien logre imponerse en el pulso (siempre que el partido mantenga sus buenas expectativas) será aclamado con las genuflexiones correspondientes. Por el contrario, Pla lidera un partido con una notable tradición asamblearia, lo que, de entrada, dificulta sobremanera cualquier aventura personal que no concite los apoyos de las tribus establecidas en la ejecutiva. Sobre todo, cuando no es la suya la más numerosa, puesto que en el PSPV la aritmética se impone a menudo a la democracia. En el mejor de los casos, aparte de las lógicas cesiones a l'Entesa, se le abriría un tortuoso proceso de corte y confección para marcar sus pautas sin deteriorar demasiado los intereses de quienes le sustentan. Y en el peor, se lo darían todo masticado.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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