Desaforados
El tópico en torno a la aspereza sonora de las orquestas rusas ha ido perdiendo peso. Sin necesidad de mencionar nombres tan legendarios como el de la Filarmónica de Leningrado, las asiduas visitas a Valencia de Valery Gergiev, al frente de la orquesta del teatro Kirov, han demostrado la capacidad de los rusos para conjugar el idiomatismo con altísimos niveles de ejecución instrumental y, sobre todo, con una destreza auténtica en la recreación de las obras. El 3 de marzo de 1993, Gergiev y sus músicos ofrecieron en el Palau una magnífica versión de concierto de El Principe Igor. En ella, además, se recuperaban muchos trazos de la idea original de Borodin, cuya muerte impidió la conclusión de esta ópera.
Orquesta y Coros del Teatro Bolshoi
Director: Alexander Vedernikov. Solistas. Yuri Nechaev, Svetlana Belokon, Alexandra Durseneva, Vsvolod Grivnov y Valery Gilmanov. Obras de Chaikovski y Borodin. Palau de la Música. Valencia, 21 de mayo de 2003
La actuación de la orquesta del teatro Bolshoi de Moscú permitiría, sin embargo, mantenerse en el tópico. A pesar del renombre que les acompaña, la selección que, también de El Principe Igor, interpretaron, se ciñó a la estética del bombo y platillo y de una masa orquestal navegando, muy a sus anchas, a todo trapo. El director, Alexander Vedernikov, de gesto preciso y aparentemente eficaz, no parecía muy interesado en clarificar el sentido más profundo de la obra, ni en que la orquesta fraseara con aliento, sino que se limitó a marcar el compás y a dar las entradas. Consintió que los músicos derivaran hacia fortísimos excesivos, y que la música se sumiera en un planteamiento rutinario. El resultado fue una versión desangelada y desaforada al tiempo.
Antes, con Chaikovski, los derroteros fueron los mismos. No tanto en la Cantata de la Coronación, donde la orquesta caminó por veredas más tranquilas (excepción hecha del tremebundo Finale), sino en la Marcha Eslava, leída con cuadriculación métrica, falta de vuelo y sobrevaloración del carácter marcial. En descargo de la batuta debe apuntarse que, en dicha obra, Chaikovski parece demandar algo de eso. El op. 31 constituye un epítome de la música "patriótica" que quizá resulte grata al nacionalismo consiguiente, pero que suele dejar bien fríos al resto de los mortales.
El coro aguantó como pudo -y ya hicieron bastante- el embate orquestal, y leyó con mayor profundidad la partitura. Los solistas, por su parte, no contribuyeron mucho a equilibrar la balanza. Ambas mezzo-sopranos lucieron voces entubadas y bastante castigadas por el vibrato, aunque cantaron con intención. El tenor, de sonido muy pequeño en el registro medio, brilló algo más en el agudo. Yuri Nechaev no fue muy expresivo al abordar los importantes roles que tenía encomendados, mientras que a Valery Gilmanov, rotundo en la zona media, se le escuchaba con poco volumen en los graves.
El programa de mano, por otro lado, carecía del texto en ruso. Tampoco se indicaba en qué versión (Rimsky o Kirov) iba a darse la ópera. En fin: todo un éxito.
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