Jean Yanne, un actor gruñón pero simpático
No era un gran actor, pero sí un gran personaje que llenaba la pantalla. Jean Yanne, nacido en 1933 en Morsains, en la Champaña, murió ayer de una crisis cardiaca en su domicilio familiar.
Yanne tenía tras de sí una larga carrera como periodista, que abandonó para dedicarse al cabaret y la canción, como humorista -a través de libros, emisiones de radio y televisión-, como compositor y, sobre todo, como actor y director de cine.
Su rostro se había asomado a casi 80 filmes desde que debutara en 1964 y enseguida se convirtió en el prototipo del gruñón, el raleur, símbolo del francés medio, un hombre que se queja de todo, sabe de todo pero no logra arreglar nada. A veces ese malhumor aparecía bajo una luz inquietante, próxima al discurso populista, otras veces sus peroratas malhumoradas eran divertidas y populares.
Su primer gran papel lo obtuvo con Godard en Week-end (1967) aunque ya había destacado como proxeneta-filósofo en L'amour à la chaîne (1964), de Claude de Givray. Chabrol le ofreció un papel distinto, dramático, como patético asesino tímido y enamorado en Le Boucher (1969) y Maurice Pialat le hizo ganar el premio a la mejor interpretación masculina en Nous ne vieillirons pas ensemble (1971), un retrato muy ácido y desesperado de las relaciones de pareja.
Como director había puesto en escena comedias satíricas escritas por él mismo en las que ridiculizaba el universo de la radio -Tout le monde est beau, tout le monde est gentil (1972)- o el izquierdismo maoísta de los parisienses en Les Chinois à Paris.
Desde los años ochenta, casi siempre con una barba que había ido haciéndose más y más blanca, prefería pequeños papeles pero muy intensos como los de Madame Bovary (1990), Indochina (1992), Pétain (1992), Enfants de salaud (1995), Le hussard sur le toit (1995), Des nouvelles de bon Dieu (1995) Les acteurs (1999) o Le pacte des loups (2001) y su presencia en películas de muy distinta ambición garantizaba siempre un gran momento de cine.
Sus orígenes humildes le habían inyectado un talento especial para los giros y modismos del lenguaje, que dominaba como pocos y le permitía escribir diálogos suculentos además de una considerable cantidad -no menos de 300- canciones para artistas como Line Renaud.-
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