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Columna
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¡Oé!

Me fascina esa rubia. Tiene una piel blanquísima, casi transparente, y ojos de un azul intenso. Podríamos estar describiendo a un ángel o a una muñeca old fashion, pero nada hay en la mirada de Nicole Kidman de la serenidad imperturbable de los ángeles ni de la fijeza extraviada de las poupées de cualquier época. Su mirada no porta el fuego, sino que lo busca, por lo que deja presumir que, lejos de emerger del reino de la luz, lo hace desde el pozo de las tinieblas. Ahora nos la anuncian en compañía de Lars Von Trier, protagonista de la última película de éste, Dogville. Von Trier, cuya audacia me resulta fértilmente provocadora, sabe hacer milagros con sus actrices. ¿Qué milagro habrá conseguido con la ya de por sí milagrosa Kidman? Una mujer perseguida por la Mafia halla refugio en una aldea cuyos moradores, sabiéndola necesitada de protección, la someten a cambio a toda clase de abusos. Escalofriante parábola con el escalofrío Kidman desplazándose por escenarios de tiza.

Leo en la extraordinaria biografía que le dedica Reiner Stach que "Kafka sabía que [para escribir] en modo alguno se necesita sólo inspiración, sino también una energía psíquica pura". ¿Residiría ahí la razón de su fracaso, de la imposibilidad de culminar sus novelas? En él todo significa algo, todo remite a algo, todo recurre, como en el momento de la inspiración, pero por cuánto tiempo se puede mantener ese momento sin que se convierta en recuerdo de sí mismo. "En la prosecución se esconde el diablo", escribió Valéry, no en el primer verso, que brota de un estado similar al sueño, y Kafka, que sólo esporádicamente escribió algún verso, se halló en sus novelas ante el dilema del poeta: "la palabra inmediatamente dada y la palabra perfectamente ideada son incompatibles entre sí -asegura Stach- y no pueden subsistir juntas a la larga". Kafka lo pretendió, ya que no fue un cultivador del fracaso, como señala el tópico, sino un ansioso de la perfección, y pocas experiencias habrá como la suya, en la que literatura y vida se funden en una realidad única, en la que el señor que escribe y ese mismo señor que pasea no se saludan casi como desconocidos.

Descubro un error gramatical en el cuento que acaba de publicar Gabriel García Márquez en la revista Cambio: "El debió notarlo", se lee donde debiera decir "El debió de notarlo". No sé lo que dirán los gramatiqueros, esos que confunden la literatura con un ejercicio de redacción o un dictado. Si sé que si se tratara de un novel hubieran sido capaces de arrojarlo por esa minucia al infierno. Casi cualquiera puede corregir ese error; sólo Gabo puede escribir ese cuento.

Pero dejemos ya de lado esa anécdota y entremos en materia: ¿qué pasa con la amistad inquebrantable entre García Márquez y Fidel Castro? ¿Se puede ser amigo de un tirano sin que chirríen algo más que las normas gramaticales? Y si se puede, ¿de qué manera se puede amar al tirano? El caso García Márquez nos enfrenta más que con el problema de la moral de la escritura, con el problema de la moral del escritor: ¿son el señor que escribe y ese mismo señor que pasea una y la misma persona? Ignoro cuál sería la respuesta de Gabo a esta pregunta, pero puedo suponer que fuera afirmativa. De serlo tendríamos que concluir que su amistad con Fidel Castro no sería más que materia literaria, otro relato más de la peculiar serie de relatos que conforman su literatura. ¿Podemos emitir un juicio sobre esa extrapolación que ignora la crueldad? Sí, podemos. En el caso de Kafka la vida conducía a la escritura, y no a la inversa, y la unidad de ambas exigía el retiro, la soledad, el silencio. Pero quien ampara a un tirano, sólo ampara a un tirano, por más que escriba como los ángeles.

Un grupo de donostiarras, algunos listos, asegura que en mi ciudad sólo una de las candidaturas que se presenta es constitucionalista. Me pregunto si el día después de las elecciones seguirán afirmando lo mismo o si, por el contrario, donde había una habrán aparecido dos, como por mitosis. ¿Será entonces San Sebastián una ciudad constitucionalista? A mí esos señores me recuerdan a los gramatiqueros, que se aferran al manual porque no tienen otra cosa a la que asirse. Sin embargo, por muchas logomaquias que tracen con su tiza, no podrán convencernos de que votando a los otros constitucionalistas estemos apoyando a ningún tirano, tampoco a ningún Bush. Bueno, y ahora que llego al final, ¿me pueden decir ustedes si tiene algo que ver Nicole Kidman con Odón Elorza?

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