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Reportaje:ELECCIONES 25M | Nuevas necesidades

Buscadores de fortuna y sol en Lepe

La localidad onubense enfrenta su modelo a las necesidades crecientes de vecinos flotantes

Alejandro Bolaños

"Esto ha ido demasiado deprisa, no ha dado tiempo a asimilarlo". Es dudoso si José Antonio Oria Ruiz, 33 años, se refiere a su vida o a su pueblo. Su padre fue uno de los primeros agricultores de Lepe (Huelva, 19.582 habitantes) que dedicó sus tierras, entonces de almendros, al cultivo de la fresa sobre el que se ha cimentado el despegue económico de la comarca. Y empezó a trabajar "hace más de 20 años", apenas adolescente.

El oro rojo llegó a esta comarca en los años setenta. Ahora se recogen en Huelva casi 300.000 toneladas de fresa, la mitad de la producción mundial, y la facturación supera los 400 millones de euros al año. El espíritu innovador de los pioneros de este cultivo llevó al presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol a afirmar hace unos meses que "el futuro de Andalucía está en sitios como Lepe o Cartaya", localidades onubenses que conoció en 1996.

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"Ahora en todos los países se produce fresa, y la gente se ha acomodado", dice crítico Oria, sin dejar de reconocer que en su pueblo "hay más empresarios que en ningún otro sitio de Andalucía", una distinción que le disputan localidades del Poniente almeriense, otra comarca que ha demostrado que iniciativa y agricultura son compatibles. "Aquí el que no trabaja, es porque no quiere", añade el joven empresario. No hace falta recordarle que "por los jornales que se ganan en el campo se entiende que algunos no quieran". Los 60.000 temporeros (unos 15.000 son inmigrantes) que participan de enero a junio en la campaña ganan poco más de 30 euros al día.

Él, sin saber "nada de inglés", ha viajado ya a varios países para ver "las cien formas de cutivar que hay". Este invierno comprobó en Polonia que había matas "hasta debajo de la nieve". Hace cuatro años, realizó una fuerte inversión en sus 13 hectáreas para cultivar sus fresas sin suelo: ahora están plantadas sobre un sustrato de tierra enriquecida con elementos tan exóticos como fibra de coco o perlita.

A la empresa de Oria la bautizaron Corchito, porque ése era el apodo de su padre en un pueblo, capital imaginaria del chiste durante años, en el que todo el mundo tiene uno. Sus oficinas están en un polígono industrial con la fachada a la carretera ocupada por un centro comercial por el que deambulan turistas enrojecidos por el sol. En la zona más alejada, un grupo de inmigrantes africanos se asean en una fuerte. Y en medio, una incesante actividad de mujeres que empaquetan fresas.

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Los turistas y los inmigrantes son un termómetro de la actividad de Lepe. Y en los últimos cuatro años, casi estalla. El año pasado, la presión rozó lo inaguantable. Los empresarios contrataron en origen a miles de mujeres de Polonia y Rumanía y los norteafricanos que fueron a la fresa como otras campañas, se encontraron sin hueco: más de 5.000 vagaron durante dos meses de un pueblo a otro en una situación de penuria absoluta. Este año, muchos sin papeles no volvieron y la campaña ha sido más tranquila.

En junio, los turistas empiezan a desembarcar por miles y desplazan a los jornaleros como principal población flotante. A apenas 10 kilómetros del pueblo, el enclave de La Antilla y sobre todo de Islantilla, una mancomunidad compartida con la vecina Isla Cristina, son una demostración de la pujanza turística onubense.

"Éste es un modelo que se pensó antes de empezar a construir", defiende Isidoro Gutiérrez, gerente de Islantilla. Lo que no quita que en julio o agosto "como en todos sitios", haya saturación. "Este año llegaremos a los 25.000 turistas en esos meses", calcula Gutiérrez. La construcción de apartamentos y hoteles en Islantilla ha tirado de mucha mano de obra, mejor pagada que los jornaleros. Aún habrá tajo para tres años más, pero ahora son los servicios turísticos los que requerirán más trabajadores y, sobre todo, "mejor cualificados".

Los pecados de Islantilla son veniales comparados con otros enclaves turísticos, pero requerirán toda la atención del nuevo Ayuntamiento (gobernando hasta ahora por el PSOE) que salga de las urnas, que también deberá multiplicar esfuerzos y servicios para mantener encauzada la avalancha de jornaleros que viene a la fresa. Las poblaciones flotantes que nutren el desarrollo económico del pueblo no votan, pero la pervivencia del modelo de Lepe depende de que se las tenga en cuenta.

Turismo todo el año

Islantilla, el principal enclave turístico de Lepe, ha apostado por mantener el flujo de turistas todo el año con ofertas para visitantes alemanes, ingleses o nórdicos. Una oferta de temporada baja que se refuerza con un campo de golf y un centro comercial con multicines abierto todo el año, cuyos locales se pagan ya a 6.000 euros el metro cuadrado. Hay tres hoteles abiertos, uno en construcción y tres más en proyecto que deben nutrirse de ese turismo constante, para el que hay pensado un palacio de congresos e, incluso, un casino. Una estructura en la que la mano de obra inmigrante es de origen latinoamericano y todavía muy inferior a la que trabaja en el campo.

"De infraestructuras estamos bien, con los servicios estamos llegando un poco tarde", admite el gerente de Islantilla, Isidoro Gutiérrez. Un grupo de turistas habituales se manifestó en agosto pasado para protestar por la falta de atención a las playas, el caos circulatorio y los ruidos. Y el principal problema es el acceso: la autovía que conecta Huelva con Portugal lleva un año abierta, pero las conexiones con las playas están pendientes de las obras de la Junta.

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