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Crítica:ÉTNICA | Goran Bregovic
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis balcánica

La trompeta anunció la carga, y Goran Bregovic contó hasta tres para lanzar su "¡al ataque!", tras haber instigado a miles de personas a acompañarle en el grito. Empezaba Kaláshnikov y era el final de su concierto de dos horas que mantuvo expectante al público que llenaba la plaza, salía a los balcones y se asomaba por las buhardillas. Kaláshnikov, la canción más efectista de quien procede de la frontera entre el mundo cristiano y el musulmán: dice que allí se mataron unos a otros, pero que también escucharon las canciones del otro.

El músico de Sarajevo, de blanco y con llamativas botas de punta estampadas, vino con su orquesta de bodas y funerales en formato económico: los bullangueros metales cíngaros -siete-, las sugerentes voces búlgaras -tres- y, por supuesto, Ogi Radivojevic, el guerrero mongol con sus tambores siempre a mano para esta banda que aborda los dos asuntos trascendentes: amor y muerte. La fórmula de trompetas, trombones, tuba y clarinete, más bombo, se confirma muy competitiva en el mercado de la música en vivo. Algunas melodías denotan la sencillez de canciones infantiles y la inmediatez del rock. Bregovic, al que se asocia con Kusturica, pasó 15 años en un grupo de rock de culto en la antigua Yugoslavia: dispara ráfagas del viejo fusil soviético y, de vez en cuando, deja escapar algo de la melancolía balcánica en canciones como Ederlezi.

Goran Bregovic, Irina Loghin y Sorin Tanase

Fiestas de San Isidro. Plaza Mayor. Madrid, 18 de mayo.

Experiencias como la de la plaza Mayor permiten descubrir músicas que nunca salen en la pantalla del hogar. Lo expresó una joven a su amiga: "No sé quienes son, ni de dónde vienen". Se refería a Irina Loghin y a Sorin Tanase, dos veteranos cantantes rumanos con los que disfrutaron cientos de sus compatriotas, y que se cansaron de firmar autógrafos. De estribillos que se les oyeron se inspira Bregovic, al que se acusa de apropiarse melodías de los gitanos. Él argumenta que el viejo arte de pillar de las tradiciones lo han ejercido desde Stravinski hasta Bártok. Y asume riendo el dicho de que los grandes artistas copian y los genios roban: "Sí, yo robo, no soy un genio, pero robo".

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