La batalla de Barcelona
La ciudad proyecta el Fòrum a la espera de tener un gobierno metropolitano, la Carta Municipal y mejores infraestructuras
¿Cuál es el espejo donde debe mirarse Barcelona? ¿El de Madrid? ¿El de ciudades europeas que, como Milán, sin ser capitales de Estado tienen indudable empuje? ¿Y cuál es la imagen que proyecta el espejo? El de una ciudad dinámica, con elevada calidad de vida -lidera la clasificación de ciudades europeas en este aspecto y es la sexta plaza para los negocios, según la consultora Healey & Baker- y con importantes proyectos en perspectiva. Los más destacados: el Fòrum y la transformación de la ciudad industrial que fue en una nueva metrópoli ligada a la economía del conocimiento y de los servicios.
Es una ciudad con un gran capital humano y una fuerte conciencia social, como se evidenció en las manifestaciones contra la guerra de Irak, pero con lastres. Tiene un grave problema de vivienda generado en gran medida por la práctica desaparición del mercado de protección en los últimos ocho años. La política de vivienda subvencionada descansa casi en exclusiva en el Ayuntamiento, dada la escasa actuación de la Administración central y del Gobierno catalán. El consistorio ha promovido 7.000 pisos en un mandato, lo que está muy lejos de responder a las necesidades reales. También es una ciudad con graves problemas para asimilar la inmigración. El 10% de la población es extranjera y en algunos barrios, como Ciutat Vella, en el corazón de la ciudad, este porcentaje se eleva al 34%.
El turismo se dispara y crecen los servicios y la construcción, mientras disminuye la industria
Pero Barcelona tiene otros lastres que la mantienen maniatada. Son la verdadera batalla de Barcelona. Uno es la inexistencia de un gobierno metropolitano, que Jordi Pujol eliminó en 1987 para controlar la zona más densa de Cataluña, una aglomeración urbana donde viven más tres millones de habitantes (con un peso electoral mayoritario de las fuerzas de izquierda). Este gobierno posibilitaría planificar el futuro del área metropolitana de Barcelona, un continuo urbano de 36 municipios que ocupan un territorio de extensión similar al del municipio de Madrid: 600 kilómetros cuadrados.
Otro obstáculo es la imposibilidad de elevar su autogobierno, algo que prevé una ley, la Carta Municipal, aprobada en 1997 por el conjunto de las fuerzas políticas del consistorio. Después, en 1998, fue refrendada por unanimidad en el Parlamento catalán. Pero esta ley no se aplica porque ha sido bloqueada por el Gobierno del Partido Popular durante esta legislatura y lleva camino de diluirse en una ley de grandes ciudades.
La tercera traba de la ciudad es la insuficiente capacidad de sus infraestructuras. El AVE lleva un incierto camino para llegar a Barcelona -la fecha de 2004 ha pasado a los anales de la historia, como pasó la de 2002- y la red ferroviaria, tanto la de cercanías como la de mercancías, no puede satisfacer la demanda. La capital catalana tiene una red de metro que ha aumentado en cuatro estaciones en este último mandato, un número insignificante si se compara con las 33 de Madrid. En ambos casos, el metro lo construye la comunidad autónoma.
El aeropuerto, que ha llegado a la cifra récord de 20 millones de viajeros en 2002, aguarda la ampliación de la tercera pista, actualmente en obras. En ese punto, Barcelona aspira, además, a tener vuelos intercontinentales, algo que capitaliza Madrid. El puerto barcelonés vive una situación peculiar: bate todos los récords de pasajeros de los puertos mediterráneos -en 2001 pasaron por él 654.000 pasajeros-, pero pierde peso constantemente en tráfico de mercancías frente al de Valencia.
Barcelona ha vivido un espectacular crecimiento del turismo, una actividad que supone ya el 20% del PIB de la ciudad. En 2001 se registraron casi ocho millones de pernoctaciones. A la par que sube el turismo, también van al alza en empleo el sector servicios -en un año ha crecido el 1,6%- y la construcción -con una subida del 4,3%-, en detrimento de la industria, en la que la ocupación ha disminuido el 3%.
Barcelona es una ciudad acostumbrada a hacerse a sí misma. Y casi siempre a golpe de acontecimientos: las Exposiciones de 1888 y 1929, los Juegos Olímpicos de 1992... Ahora es el Fòrum Universal de les Cultures de 2004 y la llegada del AVE, que hará posible transformar una gran área de la ciudad -la Sagrera- hoy cubierta de vías.
Con motivo del Fòrum, la ciudad se ha liado la manta a la cabeza, porque la inversión en infraestructuras y edificaciones se calcula en torno a 2.300 millones de euros, de los que más de la mitad (el 53%) corren a cargo de las administraciones públicas. El objetivo es regenerar y hacer ciudad en un territorio de unas 200 hectáreas, situado entre Barcelona y Sant Adrià, que hasta ahora estaba completamente olvidado. Centrales térmicas, depuradora, incineradora, un complejísimo barrio -La Mina- y el río Besòs, durante décadas la alcantarilla de las industrias del Vallès: nada de ello desaparece. Al contrario: la depuradora será la base de una inmensa explanada en la que ya se alza el edificio Fòrum, cuyo esqueleto actual da idea de la singularidad y belleza de uno de los proyectos estrella de 2004, y al lado se sitúa el que será el mayor centro de convenciones del Mediterráneo. Además, un nuevo puerto deportivo, dos parques, más playas. Y más.
24 años en manos de la izquierda
Socialistas, republicanos y ecosocialistas (antes PSUC). Ha sido el triunvirato que ha llevado las riendas de la ciudad desde las elecciones municipales de 1979. Aunque la pareja más sólida de la alianza durante más de dos décadas ha sido la del Partit dels Socialistes (PSC) e Iniciativa per Catalunya (IC). Siempre con mayoría del PSC, a cuyas filas pertenecen los tres alcaldes democráticos que ha tenido la ciudad: Narcís Serra (1979-1982), Pasqual Maragall (1982-1997) y Joan Clos (1997-2003).
El nacionalismo de Convergència i Unió (CiU) y, todavía más, el discurso conservador del Partido Popular (PP) no han cuajado en Barcelona. CiU obtuvo su mejor resultado en las elecciones de 1987, cuando su cabeza de lista fue Josep Maria Cullell, que logró 17 concejales, frente a los 21 de Maragall. En 1999, CiU obtuvo 10. Una de las claves del mal resultado de CiU en la capital catalana es la escasa fe del partido de Pujol en la apuesta por Barcelona, donde el perfil del votante es sensiblemente diferente al del elector de la Cataluña profunda, de hegemonía convergente.
De hecho, desde 1987 se han producido dos circunstancias con los cabezas de lista de CiU por Barcelona: si eran políticos que destacaban, eran captados por el Gobierno catalán, como ocurrió con el propio Cullell, que en 1993 fue nombrado consejero de Política Territorial, y, posteriormente, con Artur Mas, concejal desde 1991 hasta 1995, cuando asumió la cartera de Política Territorial. Además, desde 1995 CiU selecciona a sus alcaldes en función de la lucha por la sucesión de Jordi Pujol -fue el caso de Miquel Roca- o del reparto entre Convergència (CDC) y Unió (UDC) de los candidatos al Congreso, al Gobierno catalán y, por último, al Ayuntamiento de Barcelona. Así sucedió con Joaquim Molins, que abandonó el consistorio en mitad del actual mandato, y ahora con Xavier Trias.
Mientras, la alianza de las fuerzas de izquierda se ha consolidado y se ha empapado de conocimiento de la ciudad. El caso del actual alcalde, Joan Clos, es el más claro, con 20 años de dedicación en distintos ámbitos del Ayuntamiento. Ha logrado una ciudad que, según las encuestas, está satisfecha de su calidad de vida, y así lo reconocen hasta los electores del PP y de CiU.
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