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Alicante / Alacant

"El problema de Alicante es su propia identidad"... "Nos hemos inventado el alicantinismo como una forma de cohesión"... "Y tampoco sería preciso cultivar esa preocupación excesiva por diferenciar las hogueras de las fallas, ya que aceptaríamos que las hogueras son una copia de aquellas"... "El problema de Alicante no es Valencia, sino Alicante misma"... Éstas, y otras más, eran expresiones de J. R. Giner en EL PAÍS del 4 de Abril.

Más allá de la posible veracidad o vigencia de tales aseveraciones, lo que sí se delata es la existencia y persistencia de un cierto problema en torno a la imagen colectiva de la ciudad, o cuanto menos, una cierta duda existencial sobre qué somos y adónde vamos. Preguntas éstas de nada fácil contestación. Por de pronto, aquello que circula como mito, como soflama de común aceptación, es el clavo al que todo el mundo se agarra. Tres son los mitos (los tópicos) que todo el mundo reconoce como puntos de arranque de esa supuesta identidad de la ciudad: Alacant, la millor terreta del món; les Fogueres de Sant Joan; y la identificación con unos símbolos intocables, como son el Hércules y la romería de la Santa Faz.

Pero, aunque el ilustre cronista Nicasio Camilo Jover dejara sentado ya en 1863 que "el cielo de Alicante es tan puro y hermoso que puede competir con el de la risueña Italia y hasta en el rigor del invierno son tan vivificantes los rayos del sol, que hacen reinar una eterna primavera", e incluso el honorable Fernández Flores pontificara con aquello de "Alicante, la casa de la primavera", si nos adentramos en el menor intento de análisis, nos damos cuenta que allí donde había la magia de la conjunción de mar y rocas se ha reconvertido en colmenar humano, lo abrupto y singular se ha transformado en apretujado callejero, y allí donde se fundía el azul y el ocre se ha transtocado en estridente sonido de "canción del verano". El amontonamiento ha sido el resultado. La millor terreta del món habita en el imaginario, difícilmente en la realidad. El mito (que levanta mentes y corazones) se ha conmutado en tópico (anestesiante de los sentimientos). El mismo habitante de la ciudad, el alicantino o el adoptado o el visitante, deja de creer en tales ideales. Y para corroborar todo esto, no es necesario seguir con ejemplos deconstructores de los dos mitos restantes. Valga la misma cita de Giner cuando recuerda que las Hogueras de Alicante no son otra cosa que una imitación e importación de las Fallas de Valencia. Sólo queda el reconocimiento de la realidad y, con ello, el orgullo de ser lo que se es y el correspondiente propósito de superación; o por el contrario, quedará el complejo y la vacilación de aquel que no se reconoce, que no se identifica, y por tanto, que no acierta del todo en su andar y porfiar.

Si Alicante es algo, es lo que la Historia nos ha legado. Alicante es Akra Leuké (montaña resplandeciente); es Postiguet y Albufereta (lago); es Tossal y Rambla; es Aigua Amarga; es Pla i Bonhivern. Es un derroche y parto de la Naturaleza. Acompañémosla. Ayudémosla. Sigamos sus dictados, aunque sea a distancia. Busquemos la armonía, respetemos su belleza. Abjuremos de una vez del interés depredador y especulativo. Ajustemos el pasado con el futuro. Dirijamos su esplendor. Con tiento, con seny, con racionalidad. Con sentimiento. Con amor.

Jesús Moncho. Premio Ciudad de Valencia de novela.

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