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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Solos de trinchera

Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) no es de esos escritores que sacan pecho en el barullo, al contrario, tiene un discreto estar en el escalafón de la Administración de las Letras, posee una excelente caligrafía con la que emborrona sus cuartillas, aislado en su trinchera iluminada con la luz de la naturalidad y huyendo de la poca cervantina afectación. Es un excelente autor de cuentos y, sobre todo, de libros de cuentos. Con Otras geografías obtuvo en 1997 el Premio NH y, al año siguiente, el Alfonso Grosso del mismo género por La liturgia de los ahogados. Ya para entonces Tusquets había publicado, en 1996, el primer libro de Calcedo, de cuentos, claro, Esperando al enemigo y en 1999 otra colección, La madurez de las nubes. Y hoy, cuando Calcedo ya forma parte de ese discreto club de caballeros de la acertada narración publica su primera novela, casi corta, pues es más extensa que cualquiera de sus relatos, pero no tiene las medidas habituales de una novela, y qué falta hace, puesto que La pesca con mosca es una excelente novela corta, una moderadamente desasosegante narración claustrofóbica; es un solo más de trinchera de unos individuos aislados en su propia soledad, cautivos de sus miedos e inseguridades.

LA PESCA CON MOSCA

Gonzalo Calcedo. Tusquets. Barcelona, 2003. 133 páginas. 10 euros

Calcedo enfrenta a unos pocos personajes, dos, cuatro, media docena, alguno más, a sus rutinas y decepciones cotidianas. El mundo de Calcedo, los protagonistas de sus relatos, están siempre como abandonados en trincheras extremas, náufragos en sus propias vidas, desorientados y perdidos, sin que el horizonte vital les aclare algo. Son en esta novela oficinistas sin destino, sin tarea, que levantan la cabeza ante cualquier ruido que espante la rutina como un puñado de palomas huyen, creyendo que ese ruido, esa interrupción, les va a aclarar algo, les va a orientar. Son náufragos que conviven con otros náufragos, son fragmentos rotos de un mismo espejo, donde sus rostros se asoman y se espantan mutuamente. Viven agazapados, esquivos, huidizos, temiendo que el mal provenga del otro, del intruso, del extraño, o del fax. Esa soledad provoca equívocos o roces (y los roces son también caricias, gestos amistosos, señales de que están vivos) y todo ello crea una atmósfera asfixiante que sólo -por fácil- en la última línea de esta nota quisiera calificar de kafkiana.

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