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Columna
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Votar para otra cosa

Aunque haya candidatos a alcalde que se esfuercen por plantear los asuntos locales, es evidente que la tensión política padecida en los últimos meses, no sólo en Euskadi, convierten estas elecciones en el refrendo popular de otras cuestiones. En el caso vasco, han sido los propios candidatos del PNV a las diputaciones los que han puesto el plan Ibarretxe como meta, no precisamente sus adversarios. Ha sido la coalición PNV-EA la que ha buscado la bipolarización radical que le rentara tan sorprendente triunfo por la mínima en las elecciones autonómicas del año pasado, no sus adversarios. Ahora esgrimen el espantajo del frente antinacionalista, hacen declaraciones disparatadas sobre el Tribunal Constitucional o el Supremo, con el objetivo de atraerse el electorado de la ilegalizada Batasuna y consolidar, al fin, la comunión nacionalista, sujeto histórico del proceso "soberanista", objeto verdadero de estas elecciones para la coalición PNV-EA.

El PSOE plantea estas elecciones como unas primarias para Zapatero y su equipo. El mismo eslogan elegido, Otra forma de ser, otra forma de gobernar, está pensado para el Gobierno de España, la meta de Zapatero. Maldita la gracia que le hace este lema a los candidatos socialistas que llevan años gobernando sus instituciones locales o regionales, como a Bono, Paco Vázquez, Elorza o Totorika. Zapatero y su equipo están pensando en otra cosa, están pensando en ellos mismos y no en sus alcaldes y concejales. La campaña de las municipales es una campaña para Zapatero.

Aznar participa en la campaña como no lo había hecho antes en unas elecciones locales. Quiere que se le refrende personalmente como paso previo a decidir su sucesor y abandonar el coso por la puerta grande. De esta manera, los candidatos de verdad se desgañitan para hacerse oír, prometen exageraciones increíbles, sabiendo que la mayor parte de las cosas importantes de su localidad depende de la disposición del que gobierne en la institución superior. Por mucho marketing electoral que empleen no se les va a hacer mucho caso, porque sus mismos partidos han decidido que estas elecciones sean para otra cosa.

El menosprecio del electorado, esta falta de respeto, empieza por el maltrato que sufren por parte de sus respectivas ejecutivas los candidatos a las instituciones locales. Si ocurriera como en Francia, donde no hay político que no compatibilice su más alta magistratura con el ser alcalde o concejal de su localidad, por muy perdida que esté en el mapa, quizás existiera más respeto por las instituciones locales. Los municipios, lugar donde empieza la política, tema retórico para documentos presentados por las burocracias de los partidos pero despreciados a continuación, resultan de una pluralidad inasimilable por los aparatos partidistas, y, para colmo, allí la ciudadanía sale y entra con nombre y apellidos. Demasiado para la jerarquía de los partidos y sus burócratas pelotilleros. Este es un tema pendiente en la democracia española, quizás porque se empezó el cambio por unas generales y no, como en la República, por unas municipales.

Pero uno, aunque no quiera, se ve obligado a participar y votar ante los disparates de algunos. De esos que se presentan no a regir un club de pinpón, sino nuestro futuro en los próximos años. Es probable que los disparates de Arzalluz y del consejero de Justicia les atraiga voto radical para la limpieza étnica de Euskal Herria, máxime cuando no impide el consejero de Interior una manifestación prohibida para evitar la tensión en el seno de la comunidad nacionalista y los riesgos de perder votos de ese flanco si manda cargar a la Ertzaintza. Pero también estos discursos y estas impunidades inquietan a la gente normal, que empieza a temer por el futuro que se nos avecina si el nacionalismo sale victorioso por goleada. Por eso, a pesar de todo, uno piensa en ir a votar, porque lo bueno de las campañas electorales no es que te movilice tu candidato, que te decepciona en cuanto abre la boca: te moviliza su adversario, al que hay que tomar en serio hasta en sus disparates.

El nacionalismo democrático lleva ya varios años de travesía lastrado por el nacionalismo antidemocrático, que le acompaña y le echa los tejos. La consecuencia evidente, y que cualquier mente reflexiva pude predecir, es que el lastre del nacionalismo violento acabe por hundirlo en el océano de la Europa democrática. Por mucho que la sociedad vasca esté prisionera de intereses clientelares, de discursos de iluso nacionalismo y del miedo, el Estado no va a permitir, una vez sensibilizada la sociedad española, la deriva antidemicrática del nacionalismo vasco. Iremos a votar no por lo que digan nuestros candidatos, sino por los disparates y el miedo que meten los portavoces del nacionalismo.

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