Toros
En las grandes concentraciones del catolicismo español, en las manifestaciones callejeras del Partido Popular, en las gradas de los estadios donde hierve la masa cuando se disputa algún campeonato internacional, cada día se ven más banderas de la patria con el escudo de la Constitución suplantado por la estampa del toro negro de Osborne. Con la figura enarbolada de este morlaco astifino acudieron muchos fieles a la misa del Papa en la plaza de Colón. Allí se había levantado un altar blanco de diseño minimalista, que es la geometría del espíritu, pero todo el recinto de la ceremonia estaba cercado por 10.000 vallas amarillas con la publicidad de arroz La Fallera, hasta el punto que el día anterior, mientras los obreros montaban el tinglado, parecía que allí se iba a celebrar un concurso de paellas en lugar de una canonización. Entre dos acacias del paseo de la Castellana también colgaba una pancarta con esta jaculatoria, olé torero, dedicada al Papa como si fuera el matador que iba a lidiar la corrida de la Beneficencia. A este toro del coñac andaluz, que ha sustituido a la gallina franquista en algunas banderas españolas, más que el incienso de la misa, le va el humo de habano o de caliqueño del ruedo ibérico donde la sangre con moscas se impone siempre al arte. Aunque soy valenciano convicto y confeso, declaro que la paella me gusta muy poco, aunque la soporto con más resignación que a la fiesta nacional. Esfumada ya la ráfaga papal que ha cruzado por este territorio, ahora en España se van a solapar la campaña de las elecciones municipales y la feria taurina de San Isidro: en ambas suertes se repartirán grandes estocadas, unas con cuchillos y otras con palabras, hasta que los políticos y las reses saquen la lengua morada en público conjuntamente. Las gradas del altar de Colón se han trasladado a la plaza de las Ventas. Allí la derecha española asistirá cada tarde a una misa sangrienta con un codo en la maroma y esta vez se le permitirá tener las piernas cruzadas. Sin duda, también los políticos de izquierdas intentarán ser investidos de patriotismo en una barrera babeando un puro y hasta ellos llegará el fulgor del vómito de los toros junto con el hedor de sus excrementos, pero la izquierda debe saber que éste es un privilegio reservado para los amantes de una España castiza y tan negra como ese toro de Osborne que, de pronto, irrumpe en la belleza del paisaje con el perfil de sus testículos a contrasol o bien se pone a embestir ahora desde el trapo de la bandera nacional.
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