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La pandilla capitalista va a la guerra

Cuando la crisis financiera golpeó a Asia en 1997, los líderes de Estados Unidos acusaron a los Gobiernos asiáticos de practicar un capitalismo de amiguetes. Mirándolo retrospectivamente, la acusación parece una pura hipocresía. Puede que los capitalistas asiáticos robaran un botín prestado, pero al menos no mezclaron las finanzas con la guerra.

Cada día que pasa hace pensar que la amenaza de las armas de destrucción masiva de Sadam se había exagerado, y otro objetivo se perfila en el horizonte: el control del 11% (o más) de las reservas de petróleo del mundo y, a la larga, el control de los oleoductos entre el Mediterráneo, el mar Caspio y el océano Índico.

El año pasado, Estados Unidos instaló en Afganistán a Hamid Karzai, un ex asesor del gigante petrolero Unocal, como líder provisional, y nombró a su antiguo jefe, Kalmay Jalilzad, enviado especial de Estados Unidos. A finales de los años noventa, la pareja intentó conseguir que un oleoducto de construcción estadounidense transportase gas desde Turkmenistán hasta Pakistán y el océano Índico a través de Afganistán.

Entre las tareas de Jalilzad estará la de garantizar la construcción de un oleoducto desde Mosul, en Irak, hasta Haifa, en Israel

Antes incluso de que dejasen de caer las bombas sobre Bagdad, el mandato de Jalilzad como enviado especial se había extendido a Irak. Entre sus tareas probables estará la de garantizar la construcción de un oleoducto desde Mosul, en Irak, hasta Haifa, en Israel, vía Siria. Para que Siria no ponga objeciones, ahora Estados Unidos la está amenazando también.

Jalilzad tendrá apoyos de sobra en la Administración de Bush. La asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, fue anteriormente uno de los directivos de Chevron-Texaco. Incluso se puso su nombre a uno de los petroleros de su flota. El secretario de Comercio, Don Evans, es también consejero delegado de una petrolera. El vicepresidente Richard Cheney sirvió como presidente de Halliburton, la mayor empresa de servicios petrolíferos del mundo, que actualmente hace cola para los proyectos de reconstrucción de Irak.

Los contratos se están repartiendo sin ningún procedimiento transparente y competitivo. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, es también un actor clave. Compañero de Cheney desde hace mucho tiempo, viajó a Bagdad en 1983 y 1984 a instancias del ex presidente de Bechtel Corporation, George Shultz, quien luego pasaría una breve temporada no empresarial como secretario de Estado de Estados Unidos.

La misión oculta de Rumsfeld era conseguir el apoyo de Sadam para un oleoducto construido por Bechtel desde Irak, a través de Jordania, hasta el golfo de Aqaba. Éste es el mismo Bechtel que construyó la industria química "de doble uso" de Sadam; ahora le han adjudicado un megacontrato no competitivo de 600 millones de dólares para reconstruir la infraestructura iraquí.

La participación del Reino Unido en la guerra tiene también una lógica comercial. Mientras Sadam dio los contratos de extracción de crudo a petroleras francesas, rusas y chinas, las empresas británicas como BP fueron excluidas. Sin embargo, designar a un régimen iraquí que cancele muchos de los contratos petrolíferos de Sadam para dejar sitio a las empresas estadounidenses y británicas será más difícil que simplemente mandar tropas.

Estados Unidos no puede comercializar legalmente el petróleo iraquí, y mucho menos invertir en nuevos campos, hasta que no se levanten las antiguas sanciones de la ONU contra Irak. Pero el resto del mundo cree que eso equivale a entregar el futuro petrolero de Irak a las fuerzas de ocupación estadounidenses y británicas y sus compinches empresariales.

Más significativo a largo plazo es el sentimiento anti-estadounidense y antibritánico que barre actualmente Irak. Puede que Estados Unidos haya hecho algo que pocos se habrían esperado: unir a chiíes y suníes en una causa común. Es posible que la democracia llegue a Irak, y la voluntad del pueblo será detener el saqueo de los recursos naturales del país que está llevando a cabo la pandilla de capitalistas estadounidenses.

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