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Colocón de aburrimiento

Resulta que las cifras del desempleo han mejorado en abril, coincidiendo con las vacaciones de Pascua. Laus Deo. Ahora, con la campaña electoral en marcha, es de esperar que la ocupación se mantenga, pues hasta el día 25 de mayo hay puestos de trabajo de sobra: cartelistas, fabricantes de banderas, chóferes, catering para abuelos que rellenan mítines varios, aplaudidores profesionales, maquilladores, asesores de imagen, cobistas de oficio y así. Es verdad que se trata de trabajos precarios, pero también lo eran los del mes anterior. Mientras aguante el cuerpo, todo va bien.

No, de lo que quería hablar no era de esto, sino justamente de lo contrario. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos y resulta que hay un gremio que en esta campaña electoral se ha quedado en paro: el mío. ¿Qué para qué sirve un lingüista?: entre otras cosas, para explicarle al personal cómo funciona el lenguaje y lo que se puede hacer con él. Por ejemplo, cómo presentar un informe, cómo hablar en público, cómo redactar una carta, cómo infundir confianza al interlocutor, etcétera. Lo malo es que los candidatos que empiezan a pulular por vallas, radios, periódicos y televisiones constituyen un permanente mal ejemplo de los consejos que dábamos a nuestros clientes. Es como si un médico que receta vida sana y dieta mediterránea tuviera que lidiar con un bombardeo de pacientes que se atracan de hamburguesas y papas fritas, van en coche hasta al lavabo y creen que la una sólo puede ser o la hora de levantarse o la de cenar antes de salir de marcha. Así no hay manera de mejorar la esperanza de vida de la población.

Pues bien, fíjense lo que nos pasa. Hay una clase en la que explicamos en qué consiste hacer una promesa. Les decimos a los estudiantes que el que promete tiene intención de cumplir en el futuro lo que dice y, además, capacidad de llevarlo a cabo, que la persona a la que se lo promete preferiría que el otro lo hiciese a que no lo hiciese y que, de lo contrario, no hay promesa que valga. Y ahora resulta que los candidatos nos prometen el oro y el moro. Por ejemplo, ya ni sé la cantidad de nuevos empleos con los que, unos y otros, engolosinan a nuestros jóvenes. Pero, a la hora de la verdad, todo es un cuento. Por supuesto que nuestros candidatos tienen buena intención y les gustaría lograr el pleno empleo juvenil. Sin embargo, nosotros (y ellos) sabemos perfectamente que desde Viriato esto ha sido una entelequia, así que para qué nos engañan y se engañan. Tampoco es verdad que nosotros siempre prefiramos las soluciones que nos ofrecen: todos sabemos que los impuestos y las prestaciones sociales guardan un delicado equilibrio y que no se puede quitar, sin más, ni los unos ni las otras. Lo malo es que esto no se lo puedo decir a mis alumnos: miren, esas promesas de los candidatos son papel mojado, como quien dice que el farmacéutico de la esquina no tiene ni idea y que en realidad lo que te está vendiendo es un placebo. Imposible.

Otro ejemplo. Cuando hablamos de la conversación decimos que se trata de una colaboración entre el hablante y el oyente y que cada uno intenta acomodarse a las expectativas del otro. Mentira. Hagan la prueba de preguntar a nuestros candidatos sobre cualquier tema (carreteras, ayudas a la familia, saneamiento, transportes...) y verán cómo contestan exactamente lo que ustedes sabían que iban a contestar. Más aún: en estas elecciones locales y autonómicas no importa el partido al que pertenecen, todos vienen a decir poco más o menos lo mismo. Es como si el fontanero al que hemos llamado angustiados porque se sale la bañera nos dijese que, en efecto, el agua en estado líquido tiene tendencia a escurrirse por todas partes, más o menos lo que diría el físico, sólo que en menos fino. Gracias, jefe, pero no le pago para eso, sino para que me arregle el grifo. Por desgracia tampoco puedo explicarles eso a mis alumnos porque estos candidatos que vamos a elegir no hablan para convencernos y no hacen el menor esfuerzo para acomodarse a nuestras preocupaciones: parece ser que casi todo el mundo tiene ya su voto decidido y que la campaña electoral sólo se propone engatusar a un par de despistados.

Pero lo más angustioso de todo es que, después de haberte pasado todo un curso intentando enseñar a escribir a la gente, te encuentres con folletos, programas electorales y entrevistas en las que se leen cosas como éstas: optimización de los recursos, consolidación de las estrategias, aplicar políticas de género, diversificar las inversiones en recursos humanos, y así hasta cientos de expresiones tontorronas, vacías y, en el fondo, profundamente irritantes. ¿Acaso esta gente no sabe escribir? No lo creo: conozco a varios personalmente, he recibido cartas suyas y, por lo general, son personas instruidas y sensatas. Lo que pasa es que los candidatos están convencidas de que el discurso político tiene que no decir nada y, además, estar plagado de incorrecciones porque si no, no es discurso político. Es como cuando dejan de lucir el terno gris marengo parlamentario para enfundarse unos vaqueros y unas chupas de cuero supuestamente populares, aunque todos sabemos que pueden costar el doble que cualquier traje. ¡Son como niños!

Y luego está lo de infundir confianza. Hombre, ¿de verdad piensan que esa sonrisa estereotipada, que sólo se trueca en un rictus de ferocidad cuando les mientan al adversario político, puede tranquilizar a nadie? Siempre me ha parecido que la pinta que tienen los candidatos en los anuncios electorales, repartidos generosamente por tapias, farolas y hasta traseras de autobuses, más recuerda al careto de los facinerosos de los carteles de "se busca" que a la foto de un pariente que uno guarda celosamente en la cartera. Desde luego, yo no me quedaría con ninguno de ellos en una isla desierta, con que ya se imaginan que el vérmelos decidiendo sobre mi futuro y sobre el destino de mis impuestos tampoco me tranquiliza precisamente.

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En resumen, que con esta campaña electoral llevamos un verdadero colocón de aburrimiento. En la Comunidad Valenciana este tipo de festejos nunca ha sido para entusiasmar a nadie, la verdad, pero es que en la presente se están pasando un pelín. No me extrañaría que algún elector irritado termine preguntando en el colegio electoral por las papeletas del ninot indultat. Eso sí que tiene morbo y no lo de ahora. Aún faltan dos semanas y ya estamos tachando fechas en el calendario, como los presos. Por fortuna, todo pasa en esta vida y, luego, las cosas volverán a ser como eran: las conversaciones tenderán puentes con otras personas, los escritos expondrán proyectos y motivos, las imágenes nos acercarán la faceta humana de los otros. Por eso, me permito sugerir a los jefes de campaña de las distintas formaciones un reclamo electoral irresistible: "Tranquilos, que ya nos íbamos". De nada.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

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