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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El corazón de la luz

Jacinto Antón

El afinador de pianos es, como ya han descubierto miles de lectores, una novela tocada por esa gracia especial e indefinible que enamora desde las primeras páginas y convierte la lectura en un placer absoluto. Parte de su hipnótico encanto reside en su sencillez. Estamos simplemente ante una hermosa y emocionante historia de choque de culturas -la oriental y la victoriana-, con oportuno mensaje anticolonial y antibélico, narrada sin aspavientos y con cierta majestuosa lentitud que le proporciona ese tempo melancólico de las películas de Renoir. Hay que añadir que El afinador de pianos es a la vez una novela de acción y, con su mundo de dilatados horizontes, peligros y espacios en blanco de los mapas, entraría perfectamente en el género de aventuras (la historia se desarrolla en la Birmania del XIX, pero podría acontecer en el archipiélago malayo, en el Congo belga o en la imaginaria Costaguana).

EL AFINADOR DE PIANOS

Daniel Mason

Traducción de Gemma Rovira

Salamandra. Barcelona, 2003

380 páginas. 18 euros

L'AFINADOR DE PIANOS

Traducción de Albert Torrescasana

Empúries. Barcelona, 2003

380 páginas. 19,50 euros

No obstante ello, las mu

chas peripecias, que incluyen viajes, inmersiones en la naturaleza salvaje, la cacería de un tigre y luchas con los dacoits (bandidos), apenas alteran el tono reposado, meditativo, agradablemente lánguido del relato. Todo el libro, empapado de un sobrio romanticismo, parece bañado en una especie de tono ambarino, como si las imágenes y la propia luz, el sol del lejano Oriente que tanto conmovió al autor, estuvieran atrapados en una de esas piedras de resina fosilizada en cuyo interior parecen deambular en un mundo de miniatura evanescentes criaturas.

El protagonista de la novela

es Edgard Drake, el entrañable afinador de pianos del título, cuya progresiva y conmovedora apertura a la belleza, emoción y sensualidad de la vida, expresada físicamente en las etapas de su viaje iniciático a Birmania, constituye el motor principal del relato. Un relato que se centra en su primera parte en la búsqueda de ese Kurtz en positivo, solar, que es el otro gran personaje de la narración: el comandante médico Anthony Carroll, empeñado en el sueño de conquistar a los nativos con la música del piano que le ha suministrado el ejército. Construido sobre la personalidad real de sir James George Scott, gobernador británico que realizó una obra enciclopédica sobre Birmania, introdujo el fútbol en el país y venció en una ocasión a base de chistes a la fiera tribu de los wa, el ficticio Carroll es uno de esos extravagantes y grandiosos aventureros coloniales en la línea del rajá Brooke o de Mayrena, el rey accidental de los sedangs, y su creación no es uno de los menores logros de Daniel Mason, estupendamente bien documentado en todo lo referente al marco histórico de su novela (el lector interesado en un buen ensayo sobre Birmania y la sombra del periodo colonial no debería perderse The trouser people, de Andrew Marshall -Counterpoint, 2002-).

El argumento de El afinador de pianos es esencialmente el mismo de El corazón de las tinieblas -romance con bella birmana aparte-, aunque Mason prefiere referirse al viaje arquetípico de Ulises, el hombre que, tras conocer las maravillas del mundo, no puede o no quiere regresar a su hogar. Desde el arranque en Londres seguimos el itinerario de Drake hacia ese destino remoto en el que la punta de lanza de la civilización occidental, del imperio, en la figura de uno de sus más preclaros representantes, libra su batalla contra un mundo "primitivo" que, paradójicamente, está conquistando su alma.

Sin embargo, al revés que

en Conrad, aquí ese proceso no es espiritualmente negativo. El viaje del lector no es por tanto a la oscuridad y el horror sino, pese a la derivación trágica de la historia -que se disuelve en traición y muerte-, a la luz y al descubrimiento; incluso a una suerte de felicidad. En vez de navegar sobrecogido por los siniestros recodos del río Congo, atormentado por los tambores, el lector de El afinador de pianos se acuna en la narración y va dejándose seducir por las maravillas locales -las pagodas doradas de Rangún, el teatro callejero de Mandalay, las montañas y los mitos shan, o el martín pescador crestado (megaceryle lugubris)-, hasta quedar atrapado finalmente, de manera irremediable, en ese Shangri La birmano, esa isla de los lotófagos en plena jungla que es Mae Lwin, la idílica misión de Carroll.

Si la referencia a Conrad es

obvia, no lo es menos el débito de la novela con la película El piano, el filme de Jane Campion del que alguien ha dicho que era la excusa para colocar un piano en una playa. Aquí, el instrumento -auténtico tercer protagonista junto a Drake y Carroll- es un extraordinario y muy simbólico piano Erald, que aparece en situaciones sorprendentes (a lomos de elefante, sobre una almadía, en tareas diplomáticas, herido de bala...) y del que Mason nos lo explica todo (y con bastante pertinencia, según los expertos), incluida la sabrosa anécdota de que las patas curvadas y muy femeninas de ese tipo de pianos resultaban casi lascivas en la Inglaterra victoriana, así que a veces se las cubría pudorosamente con un faldón.

El afinador de pianos, construida a base de unos carnets de viajes del propio Mason, es una novela extremadamente generosa con el lector. El joven escritor se ha entregado totalmente en su primera creación, ha destilado un mundo y unos acontecimientos históricos fundiéndolos con extraordinaria sensibilidad en el crisol de su propia experiencia, pues, como el protagonista, él mismo experimentó el impacto del exotismo oriental mezclado con la nostalgia y el sentimiento de extrañeza durante el año que pasó en Tailandia y Myanmar -la actual Birmania- dedicado a estudios sobre la malaria. El resultado es que el relato exuda una encantadora inocencia, desarmante incluso en los pocos momentos en que Mason descubre su bisoñez: como cuando en el transcurso del viaje del protagonista en barco hacia Asia, se nos asegura que un misterioso pasajero narra una sensacional historia, oída la cual se sufre inevitablemente una transformación radical; esa historia, Mason la transcribe en su propia novela sin darse cuenta de que nunca ha de ponerse uno mismo el listón tan alto.

Sería injusto no destacar la traducción al castellano de Gemma Rovira, que no sólo conserva la delicada atmósfera del relato y toda su magia, sino que ha sabido lidiar muy bien con los complejos entresijos técnicos del mundo de la construcción y afinación de pianos.

Daniel Mason, licenciado en biología por la Universidad de Harvard, el pasado febrero en Barcelona.
Daniel Mason, licenciado en biología por la Universidad de Harvard, el pasado febrero en Barcelona.JOAN SÁNCHEZ

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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