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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sobrevivir para que Hitler no triunfe

Emil Fackenheim es uno de los pensadores judíos más profundos y quizá el más provocador. Todo en él gira en torno al Holocausto, un acontecimiento epocal que afecta no sólo a la identidad judía, sino a la toda la humanidad. Para captar su significación estratégica recomienda que lo veamos no tanto desde el punto de vista de los verdugos (cometen un genocidio, uno más), sino desde las víctimas: se les asesina por la fe de sus abuelos. No por lo que hicieron ellos o sus padres, sino por algo tan extraño al destino de cada cual como una decisión del abuelo. No olvidemos en efecto que para los nazis bastaba haber tenido un abuelo judío para ir a la cámara de gas.

Este hecho invalida las dos respuestas filosóficas que habían guiado a los judíos a lo largo de la historia: la de la asimilación creativa, tan bien representada por Benito Espinosa; o la de la diferenciación rigurosa, tal y como quería Rosenzweig. No vale la primera porque por más que el judío asimilado renuncie a la idea de elección, ahora experimenta que es elegido por el nazismo, con lo que no hay normalización posible. Y de poco le vale afirmarse tan singular que se margina de este mundo: los nazis se quedarán con su cuerpo.

LA PRESENCIA DE DIOS EN LA HISTORIA

Emil Fackenheim

Traducción de Leonardo Rodríguez Duplá

Sígueme. Salamanca, 2003

142 páginas. 11,06 euros

Tampoco valen ya las milenarias respuestas teológicas. ¿Cómo mantener vigente la doctrina ortodoxa de un castigo por pecados cometidos cuando las víctimas son, por ejemplo, un millón de niños? Tampoco consuela la imagen bíblica de un Dios que acompaña a su pueblo al exilio esperando volver con él. De las cámaras de gas no vuelve nadie. La idea de un Dios que guía a su pueblo hasta la tierra prometida queda radicalmente cuestionada.

Pero si los filósofos y los

teólogos se quedan sin respuestas, otro tanto ocurre al judío laico, aquel que durante siglos ha sabido aligerar su identidad judía para mezclarse con las culturas de su entorno. Si hasta entonces podía negar todo absoluto, ahora reconoce la existencia de un absoluto, el del mal. Por eso los laicos han respondido a Auschwitz con un reforzamiento y no con un debilitamiento de la existencia judía. Lo curioso, señala Fackenheim, es que la calificación del campo como mal absoluto no es la conclusión de un silogismo filosófico, sino un imperativo moral que viene del campo y no de la lógica.

Tres son las manifestaciones epocales del Dios de Israel en la historia, intocables durante siglos: el éxodo de Egipto, la presencia en el Sinaí y la doble destrucción del templo. Pues bien, a esos tres hitos históricos, el judío tiene que añadir un cuarto, Auschwitz, que es la nueva y definitiva fuente de sentido. El nuevo acontecimiento no anula los anteriores pero sí les obliga a replegarse.

El protagonismo de la última gran experiencia judía se concreta en un nuevo imperativo que dice así: "Se prohíbe a los judíos conceder a Hitler victorias póstumas. Se les prescribe sobrevivir como judíos, por miedo de que perezca el pueblo judío...". El judío tiene que combatir a Hitler e impedir una victoria póstuma. Hitler tenía el proyecto de acabar con los judíos y con el judaísmo. La derrota impidió que el plan se consumase. La lucha hay que seguirla hoy combatiendo por la supervivencia como pueblo y por el judaísmo como cultura.

Fackenheim es bien cons-

ciente de lo difícil que es ganar la batalla. Se pide al judío, en efecto, que recuerde y sobreviva, que desconfíe de la modernidad y de que fomente la fraternidad que inaugura esa misma modernidad. Nada ilustra este estado de locura como la historia de un loco huido que tropieza con una sinagoga clandestina cuando la comunidad está congregada. Tras un rato de escucha, les dice: "Rezad más bajo, no sea que Dios se entere de que todavía hay judíos vivos". La modernidad no judía también tiene su loco, el loco de Nietzsche, aunque las diferencias son evidentes: mientras éste anuncia la muerte de Dios y, por tanto, la liberación del hombre, el loco judío trata con un Dios vivo, temiéndose que pronto todos los hombres estarán muertos. Podría hacer lo que el loco nietzscheano o poscristiano, a saber, relacionar su salud mental con la muerte de Dios, pero no osará puesto que esa curación ha traído su muerte. Lo único claro: que Hitler no triunfe después de muerto, pues si su causa triunfa, el hombre estará perdido.

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