Elogio desmedido del Paral.lel
De los muchos méritos de la Plataforma Aturem la Guerra a la hora de convocar actos pacifistas de todo tipo en la ciudad durante las semanas pasadas, uno merece ocupar el sitial de honor: el descubrimiento de la avenida del Paral.lel como escenario de lujo para montar la protesta. La manifestación del pasado 22 de marzo fue, en efecto, el mejor espectáculo colectivo que ha podido verse en Barcelona en mucho tiempo.
Entiéndase: la concentración en el paseo de Gràcia del millón de personas también estuvo bien, pero no del mismo modo. Esta calle dialoga muy escuetamente con la gente que ocupa sus aceras. Hay en ella pocos vecinos y muchas instituciones públicas y privadas, muy reservadas a la hora de implicarse en los acontecimientos masivos. A cambio posee edificios para una puesta en escena de calidad, nivel Zeffirelli: el Palau Robert, la Pedrera, el Majestic, la manzana de la discordia, tantos otros. Sin embargo, como ocurre con La traviata del director italiano, ese derroche de decorado observa el drama como desde lejos, sin implicarse, sin vibrar. Es como la vajilla buena, reservada para los días señalados: preciosa, pero algo fría. El paseo de Gràcia resulta así el lugar idóneo para los grandes pronunciamientos institucionales: la reclamación del Estatut, la boda de la infanta Cristina, el rechazo de un asesinato ignominioso o la solemne declaración de principios del 15 de febrero que dio el pistoletazo de salidad a una larga movilización pacifista en toda la ciudad: el grito de "¡no a la guerra!" resonó allí tan bello y rotundo como el Adiós al pasado de Violeta en el Liceo.
El Paral.lel ha mostrado durante las movilizaciones por la paz su extraordinaria calidad como escenario de lo colectivo
Pero a continuación ese verbo no violento debía hacerse carne. Y ahí es donde el Paral.lel se mostró imbatible, como corresponde a una avenida con hondas raíces plantadas en el teatro popular. En ese lugar la pieza que representar ya no era un drama de Verdi, sino una comedia neorrealista, pongamos de Fellini o De Sica. La proximidad hasta casi anular la línea de escena es en este caso imperativa: los fluidos corporales de artistas y público deben confundirse en un espacio en apariencia único. Y el Paral.lel, como la estanquera de Rímini, no dudó en mostrar para la ocasión sus más barrocas y sugerentes hechuras. Los vecinos formaban en los balcones un verdadero friso pucciniano: tranches de vie en estado puro. Allí, la señora en bata, dándole a la cazuela. Más allá, el hombre impasible en camiseta imperio, fumándose un buen pitillito mientras contemplaba la riada humana. En ese otro balcón, una familia entera, armada con silbatos y pancarta casera. En el de más allá, un grupo de brasileñas de cortar el hipo, desmadrándose en atuendo y a ritmo de samba e intercambiando procacidades con los peatones. Comprimarios así, desde luego, no se encuentran en otras partes de la ciudad.
Pero este elogio desmedido del Paral.lel sería incompleto de no ponderar la calidad técnica del propio espacio. Para empezar, el trazado rectilíneo de la avenida. Desde luego, nunca se ha visto una manifestación en curva (imposible imaginar una en la parte alta de Balmes), porque la curva oculta la perspectiva y la foto no sale. De ahí que el paseo de Gràcia, la Via Laietana, la Gran Via o La Rambla sean lugares más pertinentes para elevar la voz ciudadana. Pero en materia de punto de fuga el Paral.lel se muestra muy superior a todos sus rivales: la suave pendiente desde la plaza de Espanya permite percibir que ese punto de fuga se halla situado en medio del mar. ¿Cabe perspectiva más abierta e invitante? Es cierto que la Via Laietana podría compartir en alguna medida esa virtud, pero su estrechez impide a la mirada abrazar en plenitud el horizonte. Es una calle cejijunta, marcada por el determinismo histórico: de ahí que resulte tan indicada para las demostraciones sindicales, amén de albergar algunas de sus sedes.
Pero la paz es otro asunto: se expresa con una mayor variedad de formas y texturas, y por eso precisa una boca escénica más generosa. A la vez, esta exigencia de amplitud no debe comprometer la unidad de acción, espacio y tiempo exigible a toda obra merecedora de tal consideración. De nuevo en este punto el Paral.lel es perfecto. Su perfección es consecuencia directa de la simplicidad: amplia calzada central, amplias aceras, hileras únicas de árboles a lado y lado. En el paseo de Gràcia las unidades aristotélicas se disuelven irreparablemente: farolas modernistas, rampas de aparcamientos, coches estacionados, quioscos, terrazas y árboles por duplicado crean una fragmentación del territorio que impide insuflar a la pieza un aliento de conjunto. De ahí que si el mensaje no es muy fuerte no funcione.
En fin, adiós a todo eso. Las tropas americanas tomaron Bagdad y ya no queda sino el recuerdo de unas jornadas particulares que nos hicieron mejores. Ha ganado el más fuerte, como prescribe el único argumento de la obra. Pero el Paral.lel sigue ahí y un día volveremos a tomarlo para interpretar el más bonito de los cantos: el de los ciudadanos interpretando la libertad.
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