A cara de perro
Ya saben a que me refiero: entramos en la lucha electoral. Anoche arrancó la tradicional pegada de carteles, cada vez más descafeinada. Ya no hay momentos para sorpresas. Lo más, como en Marbella, surge un culebrón al que pronto Javier Sardá llevará a Marte. Los partidos se han convertido en unas máquinas. No hay imaginación, está todo reglado. Me parece ver a Cuper, el entrenador del Inter, detrás de las estrategias de cada partido. Todo tiene una lógica. Aún así, esta campaña será a cara de perro.
Cruzando las encuestas que se conocen, hay un declarado 30 por ciento de indecisos. Ahí está la clave. Un centenar de votos puede quitar o dar alcaldías. Vamos a asistir, de hecho ya llevamos tiempo, al boca oreja como mejor fórmula para provocar adhesiones y el voto.
Hay alcaldías como la de Málaga. Granada, Jaén y Almería que se jugarán en un pañuelo. Hay otras, como las de Jerez y Marbella, con significadas mayorías desde varias legislaturas, que podrían hacer agua. Gil ha dicho que pasarán de 25 a 27 concejales. Los desvaríos o los amoríos de su candidato, Julián Muñoz, significan un plus electoral, con tonadillera incluida.
La de Málaga, por ejemplo, por mil y pico votos podría seguir estando en manos de la derecha o hacer que la coalición de izquierdas, la tan satanizada por Aznar y Arenas, se haga con la herencia de Celia Villalobos. Los andalucistas de Rojas Marcos, que no de Pacheco, pretenden ser la bisagra. Dependerá de los restos de votos.
Lo que sí parece estar claro es que una abstención por encima del 30 por ciento beneficia a la derecha, de ahí que los socialistas incentiven el voto. Sucede, sin embargo, que el creativo o creativos de su campaña no se han roto demasiado los cascos, o sea, el cerebro. Una campaña plana, incluso insultante para muchas mujeres ("todos y todas"), y que sólo los candidatos sobre el terreno, con propuestas interesantes, puede hacer cambiar la tendencia. Estudiadas las propuestas que me han llegado, no hay muchas novedades.
¡Ay, aquellas promesas de Jesús Gil! Marbella sigue siendo un culebrón. Ahora, con tonadillera y todo. ¿Quién quiere más?
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