Un Primero de Mayo sin precedentes
Los autores defienden la actuación de Comisiones Obreras en la resolución del problema de Sintel y critican la actitud de los portavoces de este colectivo tras la agresión que sufrió José María Fidalgo durante la manifestación del Primero de Mayo.
La agresión verbal y física al secretario general de CC OO durante la manifestación del Primero de Mayo ha tenido un formidable eco mediático, como corresponde a un hecho sin precedentes en la reciente historia democrática de nuestro país. Hay que remontarse al periodo de la dictadura franquista para recordar que las agresiones, entonces ejercidas por la policía del régimen, reventaran la manifestación más emblemática del movimiento obrero y sindical.
Lo visto durante la manifestación del pasado 10 de abril contra la guerra hacía temer lo que podía suceder tres semanas más tarde. Aunque algunos creyeran ese día que los insultos a Fidalgo se debían a la no convocatoria de la huelga general por CC OO, sus protagonistas y los contenidos de sus invectivas fueron prácticamente los mismos que el Primero de Mayo. De esta manera, dos manifestaciones, cuya finalidad era la reivindicación de la paz, el no a la guerra y la denuncia del papel del Gobierno español en ella, se convierten en actos violentos contra CC OO y, de hecho, en manifestaciones antisindicales.
Lo deseable sería que se pudieran retomar las colocaciones, algo prácticamente inviable
Curioso que durante el Primero de Mayo no se oyeran gritos contra Telefónica y el Gobierno
Hay que remontarse a la dictadura franquista para recordar agresiones en esa manifestación
¿A quién ha beneficiado esto? Desde luego, no a los trabajadores, y menos aún a los trabajadores de Sintel. El más interesado en que el colofón a la actual campaña contra la guerra no fuese pacífico y de denuncia de su política era y es el Gobierno del PP. ¡Qué regalo en plena campaña electoral! Los que querían aparecer como el azote de la globalización capitalista y la burocracia sindical le han permitido a Aznar y sus corifeos, corresponsables de la desolación abatida sobre Irak, decir algo tan injusto como aquello de que "el que siembra vientos recoge tempestades".
Lo sucedido no responde a hechos aislados. Venían precedidos por la ocupación de la sede confederal del sindicato e incidentes en otras sedes, por la campaña contra sus dirigentes en diversos actos públicos e incluso por amenazas de cierto calado a través de variados panfletos. Curioso que se haya situado a CC OO como el enemigo y que durante el Primero de Mayo no se oyera ningún grito contra Telefónica y el Gobierno.
¿Qué ha hecho CC OO en este asunto? En julio de 2001 el campamento de la Castellana daba síntomas de agotamiento. Cinco meses de dura resistencia, encomiada sindicalmente y vista con cierta simpatía por amplios sectores de la población, hacen pensar que en agosto el Gobierno aproveche la ocasión para provocar un desalojo policial de la acampada. Aparecía también el riesgo de tener que esperar al desenlace del procedimiento de quiebra y las acciones legales contra Telefónica, en un proceso judicial, incierto como todos y con años por delante, de manera que, incluso ganándolo, no supondría una solución real para los problemas más inmediatos de los trabajadores de Sintel.
En los primeros días de agosto se alcanzó un acuerdo que era fruto de su lucha y del respaldo sindical y social. Un acuerdo difícil, ya que al no existir empresa y estando sin cerrar el procedimiento de quiebra, hubo que conseguir del Gobierno y de Telefónica los recursos necesarios para pagar salarios adeudados, capitalizar indemnizaciones por despido, obtener fondos adicionales para prejubilaciones y ampliar prestaciones por desempleo. Telefónica se comprometió, además, a recolocar el excedente restante en empresas subcontratistas, con contratos fijos y en las condiciones de sus convenios respectivos. Este acuerdo no hubiese sido posible sin la actuación de la dirección de CC OO.
Cualquier trabajador de las decenas de miles despedidos por causa equivalentes habría deseado para sí una salida similar. El problema surge cuando se concretan las ofertas de recolocación, con contrato fijo, pero, como decía el acuerdo, con salarios y condiciones de trabajo de las empresas de destino. Obviamente, era impensable que cualquier empresa ofreciese a los trabajadores de Sintel salarios superiores a los de su propia plantilla.
A partir de ese momento, los dirigentes del colectivo no centran sus esfuerzos en que las ofertas se transformen en contratos, sino que diseñan una estrategia abocada al fracaso: todo el colectivo debe estar en la misma empresa. Primero surge Televik, empresa que decía iba a invertir 15.000 millones de pesetas (90,15 millones de euros), pero siempre que Telefónica le diese pedidos de 40.000 millones de pesetas (240 millones de euros) anuales en cuatro años y el Gobierno una licencia como operadora de móviles. Cantado el fracaso de esta propuesta, se pretende crear Sintratel, una sociedad anónima laboral con 1.200 trabajadores y también con el requisito previo de la misma facturación a Telefónica, que representaría casi el 50% de su cartera de pedidos. Apuesta que para cualquiera que conozca el mercado de telecomunicaciones sabe que era tan inviable como la de Televik. En ésas se está.
La salida al conflicto de Sintel es cada vez más problemática. Esta experiencia muestra los riesgos de llevar las movilizaciones a callejones sin salida, lo que, dicho sea de paso, no es, lamentablemente, nuevo en la historia del sindicalismo. Lo deseable sería que se pudieran retomar compromisos de recolocación, tarea extraordinariamente difícil a estas alturas y prácticamente inviable con los actuales portavoces del colectivo.
Lo que CC OO no ha conseguido, pese a sus informaciones y resoluciones, es que la opinión pública conociera mejor lo que estaba sucediendo. Ha sido la imagen de la agresión y el rostro ensangrentado de Fidalgo lo que ha permitido saber más del valor de los acuerdos de Sintel y de las conductas de una parte importante de sus destinatarios. Tampoco ha conseguido evitar que sectores del sindicato, incluidos miembros de su dirección, se sirvieran también de este conflicto en su continuo propósito de desbancar mediante el descrédito a la actual dirección de CC OO. De ahí la personalización en Fidalgo de lo que han sido decisiones democráticas del sindicato y de sus organizaciones.
Es ocioso decir que hechos tan graves no debieran repetirse. Lo que no es ocioso es tener en cuenta que a CC OO nadie está interesado en hacerle favores. Un sindicato que, en el ejercicio pleno de su autonomía y por coherencia con su idea de cómo deben defenderse mejor los intereses de los trabajadores, es capaz de decir no a una huelga general y sí a paros cívicos contra la guerra, o de llegar a acuerdos, gobierne quien gobierne, siempre que entienda que sirven a los intereses de quienes representa, es un sindicato incómodo para muchos, sobre todo si es el primer sindicato del país. La fuerza de su autonomía tiene algunas desventajas, pero serían mayores si la perdiera.
Julián Ariza Rico es presidente de la Fundación Primero de Mayo. Andrés Gómez es secretario de Finanzas de la CS de CC OO.
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