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Seguridad, libertades y humor

Bernabé López García

Una cosa preocupa cada día más en el mundo de hoy, el sacrificio de las libertades en beneficio de una concepción de la seguridad rígida y estricta, que roza y traspasa en no pocas ocasiones lo que no puede llamarse más que totalitarismo. No cabe la menor duda de que se trata de un proceso inseparable de la obsesión post-septembrina que recorre el mundo y que potencia la actual concepción monopolar, hegemónica hoy en las relaciones internacionales. Se diría que el mundo ha entrado en una fase de estado virtual de excepción en la que toda manifestación de discrepancia puede ser considerada como una amenaza a la seguridad colectiva.

Sufren ese sacrificio tanto aquellos países en los que el pro-americanismo de sus gobernantes es más patente, bien por su dependencia manifiesta por razones geoestratégicas o económicas como podría ser el caso de Marruecos, o bien por el oportunismo de sentirse en el equipo de los ganadores en el caso de España, como aquellos que se alinean en las antípodas, el caso de Cuba o Siria, que encuentran en este río revuelto excelente ocasión para enfilar y castigar a su disidencia.

Pero no olvidemos que esta ola de ataques a las libertades tiene en Guantánamo su imagen más gráfica. La gran paradoja es que las guerras norteamericanas de reordenación del mundo en Afganistán e Irak, que se dicen en nombre de la libertad, no sólo hayan servido de vehículo para el recorte de las libertades en no pocos rincones del globo, sino para llegar a aberraciones jurídicas que creíamos haber superado hace decenios.

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El caso de Marruecos es paradigma de este clima de excepcionalidad en el que se ha entrado. La guerra de Irak ha servido de buen pretexto para congelar no pocos debates abiertos en el país, entre ellos el decisivo acerca del futuro del Sáhara. Marruecos no logra estabilizarse democráticamente, incapaz de pasar página del pasado de sus "años de plomo" en los que la violación de los derechos humanos era la norma. No es que el Marruecos de hoy retorne a los horrores que significaron los baños de Tazmamart, o Dar el Moqri, las llamadas prisiones de la muerte. Por suerte está bien lejos de aquello y se conserva la esperanza -aunque a cuentagotas- del cambio. Pero el país no ha sabido protegerse contra lo arbitrario y se puede afirmar que tiene fácil el recurso a la involución, aprovechando la coyuntura del rebrote de totalitarismo que recorre el mundo. Sin contar que la única alternativa posible, a las puertas en las próximas elecciones municipales, es el islamismo retrógrado del PJD, que puede llevar a otra forma de totalitarismo si no se marcan y establecen los límites de protección de la democracia.

Una prueba de que esos límites contra la arbitrariedad no están puestos, de que la independencia del poder judicial no es todavía un hecho, es el proceso incoado al periodista Alí Lmrabet, director de dos semanarios satíricos (Demain, magazine en francés, y Duman, en árabe), muy en la línea del Hermano Lobo de la transición española. Se le acusa de cargos tan duros como "ultraje a la persona del rey", "atentado al régimen monárquico y a la integridad territorial", que podrían costarle de tres a cinco años de prisión, por la publicación de artículos humorísticos y caricaturas, así como la transcripción de los presupuestos del Estado en lo que concierne a la dotación de la casa real, tomados estos últimos del diario de sesiones del Parlamento.

No puede construirse una democracia sin transparencia. Si el presupuesto asignado al monarca sólo pueden conocerlo, como si fuera un secreto de Estado, los diputados, es que algo marcha mal en el país, y faltan los consensos necesarios para que el país camine. Pero tampoco se puede construir la democracia sin la distancia que implica el derecho al humor. El jurista tunecino Yadh Ben Achur recuerda que "la democracia no es solamente el reino de la libertad filosófica y religiosa. Es igualmente el del humor, de la sátira y de la risa simple y jubilosa, que estalla a la luz del día en la calle, en la escena del teatro, en el periódico satírico. La democracia es el régimen donde se puede reír libremente sin preocuparse de quién mira o escucha".

Lo que preocupa del juicio de Alí Lmrabet -hoy, 7 de mayo- es que es un síntoma de la deriva obsesiva por la seguridad que vive Marruecos, en paralelo a lo que ocurre en el mundo. Una muestra del peso que siguen teniendo en su país los que se oponen a la disidencia, a la crítica, al cambio en suma. El proyecto de ley antiterrorista que el jefe de los servicios secretos marroquíes (DST), Hamido Laanigri, quiere hacer votar por el Parlamento va en esa dirección y sectores importantes de la sociedad civil han denunciado el recorte de libertades que puede suponer (duración ilimitada de la detención preventiva, cuasi legalización de las escuchas telefónicas...), dando carta blanca a la DST para implantar un reino de lo arbitrario con el pretexto de la lucha contra el terrorismo que tanto halaga a Washington, principal valedor del país en temas tan sensibles como el Sáhara.

No es éste, el Marruecos del búnker, el que se va a convertir en amigo de España, sino el que sacó partido de la tensión de los dos últimos años entre los dos países. Es el Marruecos del pasado, encarnado por los que encabezan la lista de los 45 responsables de las atrocidades de los "años de plomo" establecida por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos. El general Laanigri ocupa precisamente el número dos de dicha lista. No habrá un Marruecos democrático mientras no desaparezcan de la escena pública estos hombres del pasado. Sólo entonces el nuevo régimen dejará de ser rehén de este búnker que hoy apuesta por el reforzamiento de la seguridad en detrimento del desarrollo de la democracia.

La transición española demostró que existen fórmulas para apagar el protagonismo político de toda una generación vinculada a lo más negro del pasado inmediato del país. Y, todo hay que decirlo, sin tocar un ápice a la fortuna o a los privilegios de esas personas. Eso sí, deben renunciar a estar en el escaparate de los que deciden el futuro colectivo del país. Pero en nuestra transición no faltó el coraje político de quienes llevaron las riendas del país y el consenso de todas las fuerzas democráticas, que no se encontraban, como en el caso de Marruecos, demasiado preocupadas por conservar sus, aunque pingües, privilegios. Hoy haría falta, además, un clima político internacional diferente, en el que "democracia" y "libertad" fueran de verdad valores en boga y no vocablos que se invocan para justificar el dominio o la humillación de otros pueblos.

España, los diferentes gobiernos de España tras la transición, han sido demasiado pragmáticos en su relación con los países del Magreb. La democratización de nuestros vecinos del sur ha sido un asunto que ha preocupado poco a nuestra política exterior para no interferir intereses comerciales o políticos. Se ha sido permisivo con Argelia incluso en tiempos de desgarro civil. Elusivo con Túnez, a pesar de la involución manifiesta de su régimen en los noventa. Se ha sido también demasiado cauto y temeroso con Marruecos para que no salten los contenciosos de la caja de Pandora. La promoción de la democracia figura en los acuerdos de amistad con esos países, pero esta cláusula democrática nunca pasó de pura retórica. Y hoy, sin embargo, nos atrevemos a ir a miles de kilómetros a "enseñar" la democracia, a dar lecciones sobre nuestra transición e incluso a asumir carteras viceministeriales en el Gobierno pro-americano en Irak. No deja de ser chocante.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la UAM.

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