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GUIÑOS
Columna
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Memoria y representación

La galería Trayecto de Vitoria acoge estos días parte de la serie Ciudades, obra fotográfica de Bleda y Rosa, nombre con el que firman María Bleda (Castellón, 1969) y José María Rosa (Albacete, 1970). Son un total de 11 imágenes de gran formato tomadas en paisajes donde, se deja entender, hubo ciudades celtas, fenicias, griegas, íberas y romanas. Se trata de la recuperación de unas supuestas huellas icónicas deudoras de lo etéreo y la memoria, de la fantasía o la historia aprendida que de la propia realidad.

Es un análisis donde en el encuentro de significantes y significado termina venciendo la imaginación, un ensayo fotográfico donde la intención de los conceptos teóricos manejados deshilvanan su rigidez, que sirve para dejar crecer la belleza de una plástica depurada, abierta al inmensurable universo de las emociones, distante de parámetros más medibles y sumergida en la ficción.

La trayectoria de ambos autores, muy allegados a la Galería Visor de Valencia, arranca con ímpetu desde 1992. Exposiciones, ferias de arte en Chicago, Madrid o Lisboa, becas y premios, así como distintas publicaciones, hacen de esta pareja, que trabaja al unísono, uno de los valores más estimados de la fotografía contemporánea en España. Su afán es delimitar las incógnitas del espacio, el tiempo y la historia. Uno de sus primeros trabajos se centró en esas campas de hierba o terrenos de playa dedicados a campo de fútbol, cuya categoría deportiva llega por la presencia de unas porterías ejemplo de arquitectura de bandas de amigos, campos de fútbol populares que nacen y desaparecen en los extrarradios de las ciudades llevados al soporte fotográfico como huella de un pasado.

Campos de batalla es otra serie, presentada en forma de dípticos, en la que, al igual que la anterior, la fotografía quiere levantar acta de lo que allí ha pasado. No se representa la batalla, sólo el lugar, un escenario sin actores abierto a los mitos del pasado. Otro de sus trabajos es la plasmación de los espacios vividos por el Quijote.

Ahora, esta tónica de recuerdo y reconstrucción icónica de los escenarios, se ha traducido en Ciudades. El método y sistema de trabajo no difiere sustancialmente de los anteriores. Pero esta idea basada en las civilizaciones perdidas se envuelve de un contexto engrandecedor. El viejo taller de maquinaria agrícola, convertido en la actualidad en espacio de arte, consigue incorporar a lo que allí se presenta una dimensión majestuosa. Con su lucernario o claraboya central añade un tamiz de luces naturales que el espectador no puede más que agradecer.

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