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Reportaje:

Juicio rápido en 32 horas

De cómo un empleado acusado de robar en la sidrería de su jefe aceptó al día siguiente una pena de ocho meses de cárcel

Alfonso M., de 34 años, ha pasado en sólo 32 horas de poseer un historial delictivo limpio a tener una condena firme de ocho meses de cárcel. Es el primer condenado en Madrid capital dentro de la nueva modalidad de juicios rápidos por delito. Atravesaba un mal momento económico y, el pasado lunes, primer día de funcionamiento de los juicios rápidos, robó en una sidrería de Madrid en la que había trabajado hasta una semana antes. Rompió con una maza uno de los ventanales del bar y se llevó una caja fuerte con las propinas de sus ex compañeros.

La policía le echó el guante diez minutos después y le imputó un robo con fuerza en las cosas, penado con entre uno y tres años de cárcel. Otros agentes de la comisaría comunicaron ese mismo día a sus dos colegas que habían detenido a Alfonso que debían de comparecer como testigos ante el Juzgado de Instrucción 14 de Madrid a las diez de la mañana del día siguiente. Al dueño del bar, Emilio M., también le dieron la misma cita, así como al abogado de oficio, Ricardo García, que asistió al caco en la comisaría. Al día siguiente, todos estaban, puntuales, a las puertas del juzgado.

"Éste no va a la cárcel; éste sale de aquí por esa puerta, libre, como yo...", dice la víctima

Los funcionarios improvisaban sobre la marcha y se quejaban de que no les habían dado ningún cursillo sobre los nuevos juicios. Emilio, la víctima, entró al despacho del juez, Carlos Valle, pasadas las diez y prestó declaración. Al rato salió. "Espere en el pasillo", le dijeron los funcionarios. Emilio había contado al juez que Alfonso se había llevado unos 600 euros (unas 100.000 pesetas) de la caja. "El viernes había 71.000 pesetas y el fin de semana seguro que ingresaron otras 30.000 en propinas", explicó.

A las puertas del juzgado, en un corrillo, el abogado del detenido, Ricardo, que actuaba de oficio, departía con Emilio. "Estaba en periodo de pruebas y se le rescindió el contrato", contó Emilio. "En 15 días, llegó varias veces tarde y un día ni siquiera se presentó al trabajo. Una vez le vi con malas compañías; aunque me consta que trabaja y que se puede buscar la vida bien en este oficio", agregó. El abogado le escuchaba atento. "Me parece estupendo esta rapidez; hemos sufrido otros robos y los juicios han tardado mucho en salir; es curioso, el robo ocurrió ayer y ya estamos aquí", repetía Emilio, con gesto de incredulidad.

Los agentes que le detuvieron también estaban allí. "Estos juicios están bien, antes nos llamaban para la vista al año y medio de la detención, cuando ya ni te acordabas de lo ocurrido...", subrayó uno de los agentes. "El chico no se ha resistido a la detención, nos ha entregado el dinero e incluso nos ha indicado donde había tirado la caja fuerte; éste no es de los peores", señaló el otro policía.

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- "Sólo cogió la caja fuerte con el bote, sí, pero ha hecho un destrozo en la ventana", comentaba la víctima.

- "Es que mi cliente está en una situación difícil, sin dinero, sin domicilio...", repuso el letrado.

Cerca de las 11 de la mañana, salió al pasillo el juez. "Usted es el letrado, ¿no? En cuanto venga la fiscal, hablé con ella para ver si hay conformidad con los hechos", le instó. "Si la fiscal me pide la pena mínima, un año, hablo con mi cliente y nos conformamos. Si hay conformidad, el juez debe reducir un tercio la pena; es decir, a los doce meses, le quitas un tercio y se queda en ocho meses", explicaba el letrado, delante de la víctima, que asentía con la cabeza. "Si vamos a juicio, después de haber reconocido mi cliente los hechos, seguro que la condena es mayor", razonaba.

En ese momento, un perito judicial telefoneó al dueño del bar. "Me ha preguntado por los destrozos", aclaró Emilio, inquieto y sin dejar de mirar el reloj: "Es que me han dicho que me espere, pero yo tengo mucha prisa, no puedo estar aquí toda la mañana...".

También pasa el tiempo en el pasillo para el abogado, que saca a colación lo "mal pagado" que está el turno de oficio y los retrasos de la Comunidad de Madrid en abonar las minutas. Emilio, que no deja de caminar de un lado para otro, reflexiona en voz alto, mirando al abogado.

- "Éste no va la cárcel; éste sale de aquí por esa puerta, libre, como tú y yo...", se enfada.

- "Hombre, no tiene antecedentes penales; si tuviera sí que iría. Es una garantía que tenemos todos los ciudadanos; también le puede pasar a usted una primera vez".

- "Sí, pero yo no cojo una maza y entró a robar en ningún sitio", responde la víctima.

Sobre las 11.15, el abogado habla por fin con la fiscal. Es el momento del pacto, de ver si es aceptable la pena que ésta solicita. Si es aceptable, no habrá juicio y entonces el juez dictará la sentencia sobre la marcha; eso sí, reduciéndola en un tercio. Si no hay acuerdo, el juez seguirá instruyendo el caso (no más de una semana) y remitirá las diligencias a un juzgado de lo penal para que se fije el juicio en los 15 siguiente días.

La fiscal y el abogado del reo hablan aparte, en un rincón del juzgado. Después, el letrado sale de nuevo al pasillo: "Me pide un año de cárcel, lo que yo quería: nos vamos a conformar, pues se quedaría en ocho meses con la rebaja del tercio", refiere el letrado, mientras espera a que la Guardia Civil suba a su cliente desde los calabozos hasta el despacho del juez.

"Con esa rebaja, lo que la ley busca es que haya muchas conformidades y evitar así retrasos judiciales", explica el letrado a Emilio, la víctima del robo.

Al rato, la Guardia Civil llega con un hombre esposado y sin afeitar, que esquiva la mirada al cruzarse con su antiguo jefe. El reo entra en el juzgado y su abogado va tras él. Delante de los guardias, el abogado explica a su cliente la petición de la fiscal y le convence para que se conforme.

- "Serían ocho meses; y como no tienes antecedentes, no entrarías en prisión", le dice. "Pero, para que el juez suspenda la ejecución de la pena, tienes que prometer ahí dentro que vas a devolver el dinero que falta. El dueño del bar dice que había 100.000 pesetas en la caja y que faltan 70.000".

- "Yo sólo me llevé 30.000, sólo había 30.000 pesetas. Si me detuvieron a los 10 minutos... ¿Acaso tuve tiempo de gastar el resto. Es muy listo ése . Además, no tengo dinero, no puedo prometer que voy a devolver lo que no tengo..."

Sobre la 13.00, el reo entra por fin al despacho del juez. Quince minutos después, el abogado sale al pasillo, enfadado:

- "Dice el juez que no le suspende la pena porque mi cliente le ha dicho que se compromete a devolver el dinero pero que no tiene dinero; si no la suspende, no me conformo".

- Y ¿entonces qué ocurre, que va directamente a la cárcel? pregunta este periódico

- "No, no; luego quedará en libertad. La sentencia de conformidad va ahora al juez de ejecutorias, que es el que se encarga de hacerla cumplir. Allí demostraré que mi cliente es insolvente...".

Al filo del mediodía, el reo sale del juzgado con su virtual sentencia bajo el brazo. Y ya es firme, puesto que hay conformidad y no cabe recurso alguno. Previsiblemente, tal como dice su abogado, quedará libre, aunque con antecedentes penales totalmente computables. Pero si vuelve a delinquir, irremisiblemente tendrá que cumplir estos ocho meses de cárcel y los que se le impongan del nuevo delito.

Al salir el reo del juzgado, Emilio, la víctima, ya no está en el pasillo. Harto de esperar se ha marchado. Los funcionarios le decían que esperase porque, si el acusado no aceptaba la pena, entonces tendrían que darle en mano la citación para el juicio, a celebrar en los siguientes 22 días. Pero como el reo se conformó, no fue necesario.

Juzgados de plaza de Castilla.
Juzgados de plaza de Castilla.MANUEL ESCALERA

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