Santidad
Madrid bien vale una misa, al menos ayer y hoy. Eso lo saben hasta los comunistas, que reclaman para el Santo Padre, y no es broma, la Gran Cruz de Isabel la Católica por su firme rechazo a la guerra de Irak (o, acaso, porque el PaPa está mosqueado con el PePe, y esto, si existe lógica en el mundo, debería repercutir en las urnas). Lo normal es que te vayas de Madrid al cielo, pero en esta ocasión es al revés: como caído del cielo, ha bajado hasta nosotros su representante oficial en versión católica (allá arriba conviven sensibilidades y dogmas para todos los gustos). Madrid está hoy en la gloria y casi todo es música celestial con banderas, banderolas, oriflamas, pancartas incitando a ser santos, monjas en éxtasis, cardenales, alabarderos con penacho, gaiteros, chulaponas, faralaes, tunos, grupos rocieros, escolanías, orfeones y campanadas.
Esta ciudad es bastante escéptica y algo cínica, pero los ciudadanos se apuntan con entusiamo a movidas multitudinarias de diverso talante. Los madrileños son expertos en manifestaciones. Entre unas cosas y otras, la calle es un clamor desde hace un par de meses. Juan Pablo II es el fin de fiesta espectacular que reúne a una variada grey. Muchos de los que vitorean hoy al Papa llevan una temporada bramando contra lo del Prestige, gritando contra lo de Irak, despotricando contra el Gobierno, magnificando al Atlético de Madrid en su centenario o corriendo en el maratón. La capital de España es castizamente agnóstica, pero con matices, "porque una cosa son las demás creencias, y otra el catolicismo, que es la única religión verdadera", en expresión del ilustre cervecero don Honorio Pololo.
Ayer, mientras en la calle cundían beatíficos jolgorios, un viejo republicano, ateo y estoico, veía por la televisión la llegada del Papa y la pleitesía que se le rindió por parte de las más altas instituciones del Estado y por el pueblo llano rosario en mano. Su único comentario fue este refrán del siglo XVI: "No ha de faltarnos ni Rey que nos mande ni Papa que nos excomulgue". Aquí hay olor de santidad.
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