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Columna
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Europeos

El mes de abril nos ha traído, por una parte, las consecuencias europeas del conflicto de Irak y, por otra, la eclosión de la conferencia europea de Atenas, donde se confirmó que dentro de un año la Unión Europea contará con 25 miembros y 500 millones de ciudadanos.

Comprobado que el euro resiste como moneda única y que se consolida como alternativa eficaz frente al dólar, sólo falta conseguir una línea de política exterior común y una estrategia conjunta de defensa, que constituya una posición autónoma en el seno de la OTAN.

Jacques Atalí, en su Diccionario del siglo XXI, ve como futuro más verosímil para Europa que llegue a ser la reunión de unos treinta países en una unión federal, con una moneda única, para formar la principal potencia política y económica a partir de 2010 y durante treinta años al menos. Sin embargo, señala que los pronósticos más frecuentes anuncian el ocaso irreversible del viejo continente. Motivado por el envejecimiento de la población y la incapacidad para adaptarse a las nuevas corrientes que van a regir la economía, el mercado de trabajo y el avance tecnológico.

Se ha abierto una brecha profunda en las relaciones trasatlánticas y han sufrido una conmoción en su tradicional entendimiento. Las instituciones europeas disimulan como pueden la tensión bélica mantenida frente a EE UU por algunos países europeos. Las huellas de discordia han marcado a la UE a nivel interno y la han segmentado en tres bloques. Países que han respaldado abiertamente la invasión de Irak (Reino Unido y España), estados que han escogido la posición de una cierta ambigüedad y la postura de descalificación de la escalada bélica adoptada por Francia y Alemania.

Conviene analizar cómo afecta este panorama mundial a la Comunidad Valenciana en la vertiente económica y geoestratégica. Históricamente los núcleos económicos de poder y en cierta medida, los políticos, genuinamente valencianos, saludaron con efusión la fundación de la Comunidad Europea a partir del Tratado de Roma en 1957. En el resto de España, si exceptuamos Cataluña y el País Vasco, apenas si se intuyó la trascendencia de ese momento decisivo para la conformación del mundo moderno.

A los valencianos nos va mucho en este envite a cuatro bandas. Singularmente nos interesa que quien mande en Madrid sepa enfocar la encrucijada de la forma más sensata para nuestros intereses económicos y geopolíticos. Y este reto pasa por la consolidación de una representación empresarial capacitada para entender el problema, con autoridad moral para opinar, con visión de futuro para no errar. La Comunidad Valenciana tiene un papel que desempeñar en el conjunto de España y en el contexto europeo. Depende de cada uno de nosotros y de nuestros dirigentes que no nos quedemos en el pelotón de los indefinidos que no van a ninguna parte y además apenas cuentan en el concierto internacional. Europa exige una recreación de aquella vocación comunitaria que tuvo en los valencianos, que ejercían como tales, sus mejores defensores. Y el mundo no es de los tibios sino de aquellos que son capaces de conocerse a sí mismos, están dispuestos a organizarse, y tienen el ánimo dispuesto para jugarse el tipo, cuando hace falta.

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