La elocuencia de los objetos
El reencuentro entre el mito y la historia es uno de los asuntos del poeta Pacheco: Eurídice avistada en la discoteca, la ley de extranjería en Ur de Caldea, el miedo a la propia decrepitud cifrado en la vejez del rey David, poderoso e impotente. La otra vertiente de El silencio de la luna (poemas escritos entre 1985 y 1993) es su solidaridad con los objetos terrestres, a los que les inventa una prosapia. El tenedor, por ejemplo, es "Hermano de la garra, hijo bastardo / del azadón y de la pala (...) / y se levanta con su presa, / ya reducida a escombros / por su otro hermano hiriente, el cuchillo". Y ve en el cardo la "pura hostilidad", y en la gota "todo el universo encerrado / en un punto de agua". El agotamiento de las posibilidades líricas de la introspección, último capítulo del romanticismo que extenuaron los surrealistas y sus discípulos, lo obliga a mirar hacia afuera y a no permitirse más subjetividad que la reflejada en las cosas o en una voz colectiva y anónima, como Pacheco mostraba ya en No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) e Islas a la deriva (1976). La coherencia en ese proyecto le da un lugar en la inflexión más importante de la poesía castellana de los últimos treinta años. Su deliberada apertura al influjo de la tradición anglosajona trae los ecos de Byron, Thomas Hardy o Pound, y de los sonetos de Shakespeare. En el registro erótico hay rasgos de Cernuda (pero uno menos furioso y dulcificado por un aire de ironía de sí mismo), contra el horizonte del código clásico más vivo, el de Catulo: "Nuestros mejores años para 'hacer el amor' / se disiparon en la frustración, / se hundieron lamentables / -por engaño y por culpa de la semántica".
EL SILENCIO DE LA LUNA
José Emilio Pacheco
Pre - Textos. Valencia, 2002
208 páginas. 15,03€
Coherencia pero también exceso en la permisividad del talante simpático de su persona poética, en una tesitura que apuesta el entero poema al comentario de la noticia o de la cita puesta como acápite, en un tipo de ingenio que se abisma el territorio del periodismo versificado. El fax, la estatua de bronce que conmemora a un poeta, el erizo, el colibrí, el relámpago, la relación que guardan entre sí las dos caras de la moneda (Anversidad) y los números del circo son algunos de sus otros muchos azoramientos. A veces una ocurrencia -por ejemplo: "A mares llueve sobre el mar"- sirve de umbral a un poema abonado a la descripción analítica de la imagen: "La lluvia / es otro mar / y vertical inunda / el oleaje que llueve sobre la playa". El ascendiente inglés se hace entonces compatible con la nerudiana propensión a inventariar el mundo y con cierta forma de observación platónica del objeto, que después es expulsado del poema por la inventiva lúdica y verbal. Hay ahí más empatía que intimidad, mayor cercanía con Gómez de la Serna que con William Carlos Williams o Francis Ponge, con el concepto que con la cosa. Es una poesía de baja densidad deliberada, que se acerca al mundo material para curarse de retórica y acaba por desplegar sobre el paisaje una película literaria.
Pacheco abandona en este libro una de las vetas más características de su producción: el choque ruidoso entre la matriz cultural europea y la realidad mexicana. Pero incorpora una mirada sobre latitudes diversas, que da un interesante valor de libro de viajes. Entre las ciudades visitadas por el poeta, aparecen atisbos de visión, como en Pont d'Austerlitz, dedicado a Paul Celan: "Hay legiones de estrellas sobre París esta noche. / El Sena las recoge y las disuelve en el tiempo / que es su fluir...".
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