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Entrevista:José Emilio Pacheco | POESÍA

"Como cronista del desastre me quedé corto"

Juan Jesús Aznárez

Conocí a Octavio Paz en 1957. Pero no sólo es fundamental para mí, sino para toda una generación, para una época que estuvo totalmente dominada por su obra y por su presencia". Esto es lo que dice José Emilio Pacheco, que ha sido premiado por su excelencia creativa, porque tendió puentes entre las diferentes tradiciones y contribuye valiosamente a la cultura de nuestro tiempo.

Nació en la ciudad de México en el año 1939 y será herencia en el mundo de habla hispana. Tenía 18 cuando escribió admirativamente sobre Octavio Paz (1914-1998), y la lectura adolescente de Piedra del sol, del Nobel, le orientó a decir, a pensar y a no estar de acuerdo. El discípulo acabó siendo hoy maestro. Todavía veinteañero, Pacheco ya figuraba en las antologías de los grandes poetas latinoamericanos, con un perfil perfeccionista y prolífico, múltiple y versátil en las formas de una lírica sobria e intuitiva.

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Su recorrido entronca con la Academia de Letrán del siglo XIX, con Homero Aridjis y Gabriel Zaid y la cantera de sabios interesados en conocer otras tradiciones, la europea fundamentalmente, y promover y reflexionar sobre la propia, la mexicana. ¿Qué le atrajo de Octavio Paz? No lo duda en esta entrevista telefónica desde la Universidad de Maryland (Estados Unidos), donde imparte clases: "Su inteligencia. Me atraía y me atemorizaba. Tenía dificultades para conversar con él por el nivel de su conversación, de su cultura y de su inteligencia".

Le hablaba a las diez de la

mañana y Paz ya había leído todos los periódicos, leído todos los libros dignos de ser leídos y visto las películas y obras de teatro imprescindibles. "Y a mí no me alcanza el tiempo para nada. Siempre estoy atrasado". José Emilio Pacheco exhibe una trayectoria brillante en la exposición del juicio y de las emociones y una erudición extraordinaria, al servicio de la cultura y el pensamiento. Estudió Derecho y Letras, fue periodista y crítico literario, guionista, y ponente en universidades de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido.

¿Es usted un cronista del desastre? "Yo soy cronista de lo que pasa y, además, y perdón por la presunción, me he quedado muy corto en razón de todo lo que ha sucedido". Textos suyos tenidos como apocalípticos son hoy de adelantado, casi de "un optimismo infantil", dice, a juzgar por el devenir de los acontecimientos, entre ellos la guerra de Irak, que le causó un profundo desasosiego. Los dramas de la civilización y el avance de la barbarie, son temas recurrentes en algunos de sus cuentos y poemas, y centrales en su novela Morirás lejos (1967). Alfaguara prepara la publicación de toda su narrativa.

Apasionado de la historia mexicana, exorciza sus demonios porque algunos se le acercaron demasiado. Su padre estuvo a punto de morir en un pelotón de fusilamiento porque no quiso legalizar el fusilamiento del general Francisco Serrano, opuesto a la reelección presidencial, durante la turbulenta posrevolución mexicana. Las circunstancias marcan.

"Yo no distingo, pero lo que

más he hecho, a lo que más me he dedicado, es a hacer poemas". Tardó 45 años en completar Aproximaciones, "sí, sí, 45", y ha traducido a Tennessee Williams, Harold Pinter, Samuel Beckett y Oscar Wilde. Aproximaciones incorpora los epigramas de la Antología griega y haikús, poemas casi siempre de tres versos -de cinco, siete y cinco sílabas- que describen una escena, vista o imaginada.

Fue guionista con Arturo Ripstein y alguien le adivinó entonces imperfecto y malogrado. "No me salvé de los comentarios de lástima que decían: 'Pobre muchacho, tanto que prometía y tenía que terminar como todos, en el periodismo y en el cine". Pero llegó Cristina Pacheco, escritora y periodista, su esposa, y lo salvó. Recuperó lo suyo, aquello que constituye ya legado y siguió adentrándose en los recovecos de Octavio Paz.

Atesora un centenar de las cartas del Nobel mexicano. "Las que no guardo son las mías, que deben ser horribles porque el género epistolar no se me dio. Pero, seguramente, es la última gran correspondencia del siglo XX, antes de los emilios".

"Las cartas", agrega, "dan una impresión muy distinta de la que se tiene de Octavio Paz. Por ejemplo, que yo le mandara poemas y que él me los comentara y me los criticara, muy severamente, a veces". El intercambio parece casi imposible ahora pese a su vocación por hacerlo. "Pero ya no hay tiempo, ya no hay ninguna posibilidad. También en ese momento, éramos 15 aspirantes de 17 o 18 años, y ahora son más de 150".

Nostálgico, pesimista por realista, Pacheco siempre arremetió contra los despotismos y dice pertenecer a una era fugitiva, a un mundo que se desploma ante sus ojos. Tras la muerte de Paz y de Jaime Sabines (1925-1999) en México, y de José Hierro (1922-2002) en España, su creación es una de las más profundas en lengua española. El mexicano seguirá hasta junio en la Universidad de Maryland acumulando y compartiendo saber: "Su biblioteca es una maravilla. Puedo leer cosas mexicanas y españolas, no sólo inglesas. Y a 45 minutos, la Biblioteca del Congreso, en Washington. Me llevo tal cantidad de fotocopias que lo mío parece el equipaje de María Félix".

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