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Columna
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Zumbido

UN SOFISTICADO ordenador central había logrado inscribir en una misma banda no sólo toda la información genética de los seres humanos, en cuyo diseño había intervenido de forma selectiva hasta garantizar su óptimo desarrollo biológico, sino también la de la puntual interacción de cada gen con el medio asignado, de forma que no hubiera en éste la menor interferencia aleatoria de cualquier índole que comprometiera su adecuado funcionamiento. En todo caso, cuando el ordenador detectaba la menor disfunción, analizaba su causa e índice de perturbación, usando la información para un mejor rediseño biológico, que empleaba cuando las condiciones de equilibrio medioambiental permitían la producción de una nueva generación, lo cual garantizaba un inequívoco constante progreso de la humanidad. En esta sociedad biocibernética, desde hacía mucho, no existía otro tiempo que el futuro, no sólo porque la planificación técnica había erradicado la enfermedad y el envejecimiento, sino obviamente la catástrofe de la muerte, un anticuado término carente ya de significación. Con prototipos cada vez más perfectos y mejor adaptados, los seres humanos, más que morirse, se volvían obsoletos, pero, incluso cuando eran retirados de la circulación biológica operativa, en absoluto podían considerarse desparecidos o inutilizados, porque el código de su diseño y la información de su comportamiento estaban acopiados en la banda del ordenador, que los reciclaba, una vez modificadas las impurezas, para la mejora de la especie, que, de esta manera, logró ser sólo, en efecto, un futuro constantemente renovado. En suma: la plena realización del sueño de la Modernidad: una humanidad por completo transparente.

"Poniendo a disposición de los individuos alimentos técnicos de una perfección inusitada", afirma Peter Sloterdijk en la primera parte de su trilogía Esferas (Siruela), "el mundo moderno quiere quitarles de la boca las inquietas indagaciones acerca del lugar en el que viven o desde el que se precipitan constantemente al vacío", aunque, como apunta a continuación el mismo pensador alemán, "para los seres humanos es menos importante saber quiénes son que saber dónde están".

Cada vez que un nuevo prototipo humano era fabricado por la computerizada banda biocibernética de esa imaginada sociedad con sólo futuro, éste conocía al detalle todos sus componentes y sus posibilidades, aunque desconocía su exacta ubicación en el mecanismo de generador central de perfeccionamiento biológico. Aun así, con la desaparición de la muerte y su constelación de extrañas interferencias, nadie sentía ya la inquietud de ningún porqué. Un paraíso de receptores enganchado biológicamente a una banda emisora no necesitaba expresarse y ni comunicarse, existir: sólo ser. Y el Ser, la banda, apenas si emitía un casi inaudible ruido, como el zumbido de una colmena, que es como suena la fértil prosperidad, una armonía sin esferas, el infinito sin lugar.

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