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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Decae una alianza

Un capítulo de más de medio siglo va a cerrarse con la anunciada retirada en unos meses del grueso de las tropas estadounidenses en Arabia Saudí. Es la plasmación de algo que quedó roto el 11-S, cuando el Gobierno de EE UU y sus ciudadanos vieron claro que la dictadura teocrática asentada en el petróleo -cuyo garante último ha sido Washington- es vivero del más peligroso fanatismo islamista, talibán y Al Qaeda incluidos. La Casa Blanca ha ido degradando desde entonces el estatus del que fuera socio de hierro, y la guerra de Irak ha dado el golpe de gracia a un matrimonio insostenible, cuyo último capítulo fue la negativa de Riad a permitir el uso militar de su territorio contra Sadam Husein.

La conquista de Irak permite ahora a EE UU desanudar esta alianza de décadas forjada por intereses petrolíferos y geopolíticos. El Pentágono, que ha descartado enfáticamente la posibilidad de establecer bases permanentes en Irak, va a repartir su contingente saudí (10.000 soldados y un centenar de cazabombarderos) por otros países de la zona, sobre todo Qatar, donde encontrará mejor acogida y menores restricciones. Es el comienzo de lo que se anticipa como el mayor reordenamiento de la presencia militar estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, Europa incluida. En el otro terreno crucial, el acceso al abundante petróleo iraquí relativiza la importancia hasta ahora decisiva del crudo saudí.

Además de privar a Osama Bin Laden de uno de sus argumentos propagandísticos favoritos -los infieles que ocupan la cuna del islam-, la retirada estadounidense va a aliviar a la casta dirigente saudí, que afronta un imparable descontento popular por esta presencia militar y había hecho de su liquidación una de sus prioridades. Habrá que ver si el príncipe heredero Abdulá, hombre fuerte del país, aprovecha la nueva etapa para impulsar reformas en un sistema político feudal y corrompido, unos cambios que son imprescindibles para la supervivencia de un reino ahora absoluto, donde el dinero fluye a mares pero se niegan a sus súbditos los derechos civiles y políticos más elementales.

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