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Retrato del artista ya no adolescente

El primer ministro británico, Tony Blair, siempre regio en coquetería, dice que siente mariposas en el estómago al pensar que el próximo día 6 cumple 50 años. Medio siglo y la casa sin barrer. Pero en esta era tan Guinness que vivimos, puede presumir de que varias marcas obran ya en su poder.

El 1 de mayo de 1997, cuando ganó sus primeras elecciones, se convirtió a los 43 años en el jefe de Gobierno británico más joven desde Peel, a comienzos del XIX, y en 2000 fue el primero, desde 1848, en ser padre hallándose en funciones en el 10 de Downing St. El premier que, fácilmente, puede aún tener cuerda y votos para varias legislaturas, es un magnífico y elocuente representante de una nueva derecha, inteligente, activa, liberal, que en vez de conservar quiere renovar para mejor dominar el futuro. Como su deus ex machina, la antigua líder tory, Margaret Thatcher, quiere cambiar de arriba abajo el Reino Unido, y, aunque el Reino Unido sólo admite el cambio a su aire, algo se han movido ya las piezas.

Para contrarrestar los aires petroleros que hinchan las velas del independentismo escocés, ha preparado un café para todos con autonomía en Escocia y Gales; para combatir la naftalina ambiental ha iniciado una reforma de los Lores, que, sin embargo, anda atascada porque sus señorías se resisten a perder su misión de bloqueo y presunta conciencia nacional; parece también que llevará a término el proceso de paz en Irlanda del Norte, porque el IRA, acertadamente, comprendió que no podía conseguir por la guerra la retirada británica y, quizá equivocadamente, cree que los vientres de madres católicas darán al Ulster en un día no muy lejano una mayoría favorable a la reunificación de la isla; pero, sobre todo, ha hecho del partido laborista, el New Labour, una formación de centro, idónea para gobernar en un mundo, aparentemente, corrido un tanto a la derecha.

En contraste con todo ello, el Reino Unido, que la ex dama de hierro privatizó a diestro y siniestro, sigue teniendo hoy uno de los mayores índices del mundo desarrollado de trenes descarrilados, metros averiados, hospitales que venden órganos como Sotheby's cuadros, y escuelas con espíritu de cuerpo. En líneas generales, está aún muy lejos de crear el tipo de Estado adecuado a la sociedad con la que sueña, aquella que prefiera un ignoto workfare al probado welfare.

Blair es, o puede que haya que decir ha sido, el primer ministro británico más europeísta desde el conservador Edward Heath, en los años setenta. Y, dentro de que eso no implica más que la promoción de una estructura comercial y de coordinación europea, en un país en el que nadie desea que exista un día una Europa super-Estado, es verdad que el premier quiso un día formar parte de la dirección de la UE.

El primer ministro, con ese patriotismo seguro de sí mismo que tan bien fabrican las Islas, ha tenido siempre como objetivo que el Reino Unido post-imperial siga siendo alguien en el mundo. Europa podía haber sido la fórmula para ello, y la evidencia de que el ejército británico era la única escopeta nacional que disparaba en el Viejo Continente, podía haber hecho a Londres imprescindible en la UE. Pero, de un lado, el eje franco-alemán, aun cuando presentaba grietas o precisamente porque las presentaba, no le daba facilidades de acomodo -en parte, de ahí le viene su afición por España, que compara favorablemente con la Italia de Berlusconi-; y, de otro, su propia parroquia no le seguía, mostrando aún hoy un insuficiente entusiasmo por integrarse en el euro.

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Ese Blair es el que ha optado por Estados Unidos al sumarse a la operación de Irak, con preferencia a la construcción europea. Y si nos atenemos a una pura contabilidad del poder así adquirido, puede que haya acertado. Aunque ser lugarteniente universal de Washington obliga a pagar algún precio, como muestra la difícil cohesión del Nuevo Laborismo ante la guerra, también permite encabezar un apreciable seguimiento internacional. Su primer recluta ha sido Aznar, pero toda Europa oriental pugna ya por que se le haga sitio a la diestra del Padre. Ésa es la historia que ha llevado a un cisma europeo, con el extrañamiento entre el Reino Unido y el bloque franco-germano; ésa es la historia de un Tony Blair que llega a los 50, interrogándose sobre si lo que le conviene ahora es aprender español. Mohín ya nada adolescente.

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