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Columna
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Sorpresa electoral

Si algo parecía claro es que los argentinos no iban a elegir por tercera vez presidente a Carlos Menem. Sus dos anteriores presidencias supusieron un falso sueño de bienestar, mientras la corrupción campeaba por doquier, preparando el terreno para un despertar trágico. Que Menem contaba con apoyos suficientes para salir candidato del Partido Justicialista quedó patente en el hecho de que Eduardo Duhalde, su enemigo declarado, impidiese que el peronismo fuera a las elecciones con un solo candidato. La ruptura interna nos hacía divisar un resquicio de esperanza; podía empezar por fin una nueva etapa, después de más de 60 años de dominar, por presencia o ausencia, la política argentina.

La caída violenta de Fernando de la Rúa, lo que sí ha traído consigo es la desaparición del partido radical; su candidato, Leopoldo Moreau, se ha quedado en el 2,4% de los votos. La contienda entre el peronismo y el radicalismo, después de decenios, ha acabado con la victoria aplastante del primero. No deja de ser significativo que los dos presidentes radicales, Raúl Alfonsín y De la Rúa, no hubieran podido terminar el período para el que habían sido elegidos. Habría que reflexionar, tanto sobre el hecho de que el peronismo haya sobrevivido sin perder fuerza a la crisis más grave de la Argentina contemporánea, pese a que muchos lo consideren, más desde fuera que desde dentro, la mayor calamidad del país en la segunda mitad del siglo XX, como sobre la incapacidad de instalarse en el poder del radicalismo, o de cualquier otra formación política que compita con el peronismo.

Éste es el caso de Ricardo López Murphy que, proviniendo del radicalismo, ha tratado de constituir un partido de centro que ha contado con las simpatías del mundo empresarial y cuya campaña se ha caracterizado por analizar la gravedad de la situación sin hacer promesas vanas. El que haya quedado en tercer lugar, con 16,4% de los votos, representa un éxito personal muy encomiable, pero no modifica el hecho fatal de que en la segunda vuelta no habrá otra opción que la peronista.

Más llamativo es que Elisa Carrió, que pretendió representar -sin conseguirlo por completo, también hay que decirlo- a los movimientos de protesta surgidos en este último año, haya sido desplazada a un cuarto lugar. Para los que se interesan por una opción de izquierda, el caso argentino aporta una severa lección. Fernando de la Rúa cayó en la calle, tras una enorme convulsión social; en este último año el pueblo argentino ha mostrado una gran capacidad de reacción, desde los movimientos piqueteros, propensos, ciertamente, a la violencia, a la invención de economías alternativas, basadas en el trueque que hubieran entusiasmado a Robert Owen, pero sólo adecuadas a una economía de subsistencia. Lo más significativo es que los minúsculos partidos de izquierda, congelados en la ideología de los años sesenta, se hayan agotado en la discusión, a lo James Petras, sobre el carácter de la revolución por llegar, sin la menor conexión con la realidad del país. El que en la crisis argentina no haya surgido un movimiento social que represente una alternativa a la vieja nomenclatura política, ya totalmente desprestigiada, que a la vez fuese lo bastante realista para poder gobernar, es la lección más dura que se desprende de las elecciones argentinas.

Con una participación alta, del 80%, el 60% de los votos ha ido a parar a los peronistas (Menem, el 24, Kirchner el 22 y Rodríguez Saá, el 14%). Y esto, aunque una encuesta señalaba que el 60% de los argentinos habría manifestado que en ningún caso votaría a Menem. El 18 de mayo decidirán entre Menem y Kirchner, entre un peronismo neoliberal, corrupto y con ribetes mafiosos, y un peronismo más social y estatalista, continuador del actual equipo gobernante, aunque no se sepa qué dirección tomaría al final. A estas alturas caben ya pocas dudas; sin opciones atractivas, los argentinos preferirán lo peor conocido a lo malo por conocer, un liberalismo corrupto a un estatalismo que podría resultar no menos corrupto, seguros todos de que nunca segundas, y en este caso, terceras partes, fueron buenas. Que Dios salve a Argentina, ya que los argentinos no pueden salvarse.

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