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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La metáfora del niño ciego

El cine iraní, desde hace un par de décadas, nos trae un goteo casi sistemático de películas vivas, a veces formalmente innovadoras y siempre de producción barata ejemplar. Ésta, El color del Paraíso,aguardaba turno de estreno desde el año pasado y sigue una ruta parecida a sus predecesoras. Es cine austero y hermoso de imagen. Y vuelve a tener, junto a alguno con pinta y maneras de profesional, un reparto de intérpretes naturales, que aquí, como en tantas otras obras de esta procedencia, son convincentes.

El eje de El color del Paraíso es la vida cotidiana de un niño ciego, que estudia en un colegio de Teherán para invidentes, pero al que su padre, que lleva mal el lastre de su ceguera, saca de allí y pone a aprender el oficio de carpintero, como treta para desprenderse de él. Hay esmero en el relato de esta dura peripecia, que se enriquece con circunloquios muy eficaces, tanto en la escena de la ciudad que abre el filme como en su prolongación en un mundo rural que, bajo el esplendor del paisaje, está herido por el filo de la pobreza.

EL COLOR DEL PARAÍSO

Dirección: Majid Majidi. Intérpretes: Hossein Mahjoob, Salameh Feyzi, Mohsen Ramezani, Elham Sharifi, Fahranaz Safari. Fotografía: Mohammad Davoodi. Género: drama. Irán, 2002. Duración: 101 minutos.

La película tiene una banda sonora muy rica, provocada por su trama argumental. El mundo de los sonidos del niño ciego es un componente medular de la historia y de la metáfora que la historia propone. Las imágenes de tacto -hay muchos planos de las manos del niño mientras ve con las yemas de los dedos los perfiles de su entorno- son la parte visible del invisible mundo sonoro del pequeño. Y sobre esos dos hilos de signos, Majid Majidi teje la trama de un cuento triste que deriva con luminosidad y delicadeza en un poema pedagógico al que le acecha la sombra de la tragedia.

Hay nobleza en un filme que no tiene la fuerza de las obras que abrieron la pantalla de Irán al mundo, pero logra ser El color del Paraíso una película menor interesante, con instantes emocionantes y, aunque con pinta de más apropiada para el consumo casero que para las pantallas del mundo, tocada de transparencia. Es cine pequeño al que ensancha su sencillez y su buen tacto para darnos a conocer -no hay que olvidar que el gran cine iraní procede del documento- las interioridades de una tierra y una forma de vivir en ella hasta hace poco ignoradas por todos y hoy, gracias al cine, universalmente conocidas.

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