Justo Navarro y Cuba
Justo Navarro pregunta en su artículo Cartas cubanas (27/04/03) por qué los intelectuales cubanos no dirigieron una carta pidiendo misericordia a Fidel antes de mandar una carta "a amigos que están lejos". Yo me encuentro entre aquellos que lamentan la aplicación de la pena de muerte en cualquier lugar; desde los fusilamientos extra-judiciales de los GAL en la muy democrática España, pasando por los corredores de la muerte de EE UU, mi país de origen.
No obstante, por muy dramático que sea el revuelo creado por lo que ha sucedido en Cuba, hay otras preguntas que debemos dirigir al pueblo cubano para mejor asimilar lo que pasó en el caso de los tres terroristas ejecutados. Por ejemplo, ¿cómo se siente el pueblo cubano tras aguantar más de 40 años de una guerra terrorista organizada desde suelo norteamericano? Una guerra financiada por el Departamento de Estado y llevada a cabo por grupos terroristas afincados en Miami, una guerra que ha costado la vida de más de 3.000 cubanos en actos terroristas comprobados, presentados en la ONU e ignorados por los grandes medios de comunicación. Deberíamos preguntar al pueblo cubano sobre los efectos desoladores de una guerra económica en forma de un férreo y criminal bloqueo impuesto por el gobierno estadounidense, que pisotea los derechos humanos del pueblo cubano, un bloqueo que ha sido repetidamente denunciado en múltiples foros internacionales, un bloqueo que usted se olvidó mencionar en su artículo.
Referente al reclamo por la "libertad", un término cada vez más vacío de contenido en las bocas de los fariseos mediáticos, yo remito a la pregunta de Lenin: ¿Libertad para qué y libertad para quién? Yo me considero disidente norteamericano. Vivo en "exilio" en España, pero hay un mar de diferencia entre el caso mío y mis supuestos homólogos antillanos, que en realidad son mercenarios de los EE UU. Yo discrepo y denuncio activamente al gobierno norteamericano, pero no lo hago a sueldo como lo han hecho los cubanos detenidos, no disfruto de una prebenda ni subvención ni estipendio alguno, ellos sí. Yo he tenido, en varias ocasiones, la oportunidad de pasar largas estancias en La Habana viviendo y trabajando codo con codo con el pueblo cubano y he aprendido la diferencia entre "no estar de acuerdo con Fidel", que es algo perfectamente aceptable en la isla (¡llegué a conocer hasta a un franquista cubano que deseaba la muerte a todos los comunistas, pero nunca había pasado por la cárcel!) y ponerse al servicio de un poder extranjero para derrocar el gobierno.
Todos los países del mundo tienen mecanismos para protegerse de este tipo de conspirador, sobre todo en épocas de guerra, como es el caso de Cuba. Usted habla de la falta de libertad de expresión en Cuba. Si fuera así, ¿cómo es que escritores de indiscutible fama universal, como Lezama Lima, Nicolás Guillen, Alejo Carpentier o Dulce María Loinaz pudieron vivir, trabajar e inspirarse allí? Si en Cuba no hay cultura crítica, ¿cómo se explica el apetito voraz de lectura que tiene el pueblo cubano, un apetito que va desde Vargas Llosa (a pesar de su apuesta contrarrevolucionaria) hasta José Saramago y Ernest Hemingway. ¿Cómo se explica que la Revolución tiene amigos como Pablo Neruda o Gabriel García Márquez, y hasta hace poco el pobre y confuso José Saramago?
En fin, yo me quedo con la letra de Silvio Rodríguez cuando dice que "la libertad sólo es visible para quien la labra". El pueblo cubano y su revolución, con su solidaridad e internacionalismo, con sus médicos, con estudiantes extranjeros becados del tercer mundo, con sus niños sanos y escolarizados, con sus familias intactas y no abandonadas al mercado libre y una larga lista de etcéteras, todo un monumento a la libertad, la dignidad de los de abajo en defensa de los derechos humanos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.