Ildefonso Manuel Gil, en la memoria
La primera vez que vi al poeta Ildefonso Manuel Gil en una calle en Zaragoza, en 1999, le pregunté a Gabriel Sopeña quién era. Andaba con cuidado, como quien sabe que su vida es un precioso vino. Ildefonso murió el 28 de abril y lo lloro. La última vez que lo vi revisamos juntos la traducción al inglés que hice de parte de su obra el pasado mayo.
Por desgracia para el género humano, los poemas de este autor sobre la desolación y sinrazón de la guerra son más vigentes que nunca. No logré interesar a nadie con mi selección y ésta yace en un cajón quizás por eso de que "en la escena literaria, lo que no ocurre en Barcelona o en Madrid no existe", como me advirtió un escritor catalán amigo al conocer mi proyecto. Y tenía razón, pues la muerte de Ildefonso, si bien apareció en la página de necrológicas, no figuró en primera página de EL PAÍS.
Por eso esta carta, como un pequeño homenaje a la memoria de un poeta, un hombre y un amigo que no prescindió nunca ni de su buena ni de su mala estrella, ni ante el egoísmo comprensible del esplendor del éxito o del amor, ni en las noches más acérrimas, enseñándonos el coraje de vivir sin abandonar en el camino los gozos y los dolores. Gracias, Ildefonso, porque en esto también llevabas razón y sé que ya lloraste conmigo en Por no decir adiós (1999) y me acompañas: "Por no decir adiós/ digo otras cosas/ vacío de sentido las palabras/ muy en secreto lloro por el llanto/ que en aquel día llorarán por mí".
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