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Columna
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Demonios de trapo

Apenas concluida una guerra ilegal y sucia, José María Aznar se ha engrescado en una refriega electoral, que más recuerda a una pelotera entre comadres de patios de vecindad, que a los argumentos de un presunto estadista de dudosos alcances. José María Aznar, que pretendió sacarse un estrambótico centro de la manga, ha terminado hospedándose en ese rincón de la historia, donde se consumen absolutistas, espadones, caciques, reaccionarios y dictadores. Dicen que del más allá no se regresa nunca. Pero habría que verlo. Porque Aznar regresó de un más allá que cae nade menos que por un rancho de Texas. Eso sí, regresó con la voz algo agilipollada, posiblemente después de pasársela por un estudio de doblaje, al minuto, como de fotomatón. Con esa voz invoca a los demonios históricos, que son de su misma o muy parecida cuerda, y además familiares del general Franco. Demonios, pues, de ropavejería; y todo queda en casa. Para recuperar las posiciones que la guerra le arrebató, ha echado mano de la destartalada estrategia del miedo, y no cesa de agitar un pacto fantasmal entre socialistas y comunistas, como si a estas alturas una ciudadanía libre, responsable, con opinión y criterios propios, fuera a caer en los trucos de la derecha más tradicional, rancia e inmovilista.

Ni Zapatero ni Llamazares se sienten incómodos ni irritados con la agresiva verborrea de Aznar, y su obsesión casi obscena de una coalición de socialistas y comunistas. En el fondo, no es más que un síntoma de desamparo, impotencia y soledad. En su rincón de desperdicios y demonios como peponas, apenas puede hilvanar una retórica de nostalgias y unos chismes de fuego de campamento. En una pirueta épica, Aznar anuncia 22 mítines en 14 días. Y eso supone 22 catástrofes más en sólo 14 días, y un serio peligro para un PP, muy vapuleado ya por el Prestige y la guerra. No es extraño que ante tal actitud entre feroz y patética, Llamazares afirme, con ironía, que así confiere a IU un notable protagonismo y el reconocimiento de una firme oposición. ¿Quién le pone el cascabel a Aznar?

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