Coplas y votos
Andamos estos días con las coplas electorales a cuestas y, en octosílabos y con la rima consonante del PP, algunos aprendices de políticos nos toman por tontos. Sin ir más lejos, por La Plana castellonense, cuya atmósfera -y no la metafórica- tanto deja que desear, nos llega el presidente de una Asociación estudiantil Alternativa de la moderna Universidad Jaume I con una justificación descalabazada del antiguo recurso de la guerra. Enumera el jovenzuelo los archiconocidos argumentos belicistas de Bush, Aznar y Blair, que tienen tanta base como las tropelías del todavía desaparecido Sadam, y se queda tan satisfecho como Zaplana colocando en Alicante la primera piedra de un futuro tranvía. Lo irrisorio es el primero de los argumentos pro guerra que ofrece en su manifiesto el joven estudiante: la oposición, léase el PSOE, aprovecha taimadamente la cuestión de los misiles para sacar provecho electoral, en vez de hacer propuestas concretas que tengan que ver con la inmediatez municipal o autonómica relacionada con los ciudadanos. Desconoce, al parecer, el cachorro del partido conservador que nos gobierna que decenas de votantes del PP también salieron a la calle un 15 de febrero para mostrar su repulsa ante la previsible barbarie que se ha convertido en realidad. Ignora el muchacho que una cosa es estar contra la guerra y cuestión diferente es elegir al edil que conserve más limpio nuestro pueblo, que proponga liberar el peaje de la autopista A-7 a los valencianos, o se preocupe por el aire que se respira, contaminado por industrias sin filtros. De la sangre joven, que es el futuro, no se suele esperar el seguidismo, y menos el seguidismo de una copla electoral demasiado conservadora, en la que cae el mozalbete acusando al partido mayoritario de la oposición de electoralismo.
Que las ripiosas cuartetas de la copla electoral o electoralista las escribe sin pudor de unos años acá por estos lares el provincianismo conservador cuyo cabeza de filas es Carlos Fabra. Un Carlos Fabra que tiene clavada como espina sin votos a la ciudad amurallada de Morella, donde la gestión de Ximo Puig cambió el signo decadente de la capital de Els Ports. Morella votó a Puig y votó PSPV en los últimos comicios municipales y eso no encaja en el juego de damas del Presidente de la decimonónica Diputación provincial, que es un organismo que se controla a partir de los votos indirectos de los concejales de pueblos y aldeas. Y por donde la gestión de la ciudad de Morella fue Carlos Fabra a segarle los votos a Ximo Puig. Fabra y sus peones hicieron cuanto estuvo en sus manos para administrar el patrimonio morellano: el castillo y su conjunto. Necesita la derecha provincianista remodelar piedras viejas y moverse delante de los potenciales electores morellanos con la foto inaugural y el certificado de buena gestión. Y ello puede ser legal y legítimo, pero es una ridícula copla electoralista. Una copla desafinada, políticamente hablando porque, en materia de gestión y administración, el decimonónico Fabra debería saber que el municipalismo va por delante del provincianismo, y de ello tienen clara noticia la realidad y la historia. Aunque ni la realidad de la adecuada gestión municipal de Ximo Puig, ni la historia del municipalismo que en el mundo ha sido, tienen nada que ver con que Fabra haya recurrido la inscripción Castell de Morella en la Oficina de Marcas, que hace un par de años solicitó el consistorio morellano. Un recurso del provincial Presidente de la Diputación esperpéntico y electoralista. Es la copla. Qué le vamos a hacer.
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