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Columna
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Historias

Cuando María Teresa León y Rafael Alberti llegaron a la Argentina, cargaban con un equipaje difícil de deshacer. Hay cosas que no se pueden colgar en los armarios. Las camisas, las faldas, los trajes de chaqueta, cruzan bien el mar, aceptan la ayuda de los detergentes, el consuelo de las planchas y la reservada pulcritud de las perchas. Pero los recuerdos tienen una costosa voluntad de sombra, un tejido de arrugas y de manchas que se mantienen a lo largo de los caminos y sólo se airean con la voz, con las palabras convertidas en años y con las anécdotas depuradas en el agua verdadera de las ficciones. Mientras conseguían el permiso de residencia, María Teresa y Rafael buscaron refugio en El Totoral, lejos de Buenos Aires, al amparo discreto y campesino de la provincia de Córdoba. El exilio se abre como una arboleda, mezcla senderos y espesuras, raíces sumergidas en la oscuridad y ramas que sueñan con los ojos abiertos hacia la nueva luz. Un camino de álamos unía la casa de El Totoral y la realidad argentina. Con la punta de un cuchillo, sobre el tronco del primer árbol, Alberti bautizó aquel rincón del mundo y lo llamó Avenida del poeta Antonio Machado. Allí volvieron a recuperar el azul del cielo, la canción de los pájaros y la tranquilidad de los ríos. Allí supo María Teresa que estaba embarazada, que la vida se abría camino como una corriente entre las rocas, que el pasado no es una maleta muerta, sino un equipaje en movimiento. La niña Aitana fue una esperanza, la ilusión que se toma en brazos para contarle historias, viejas aventuras, cuentos de países lejanos. Las narraciones infantiles que escuchó, esas que enseñan a vivir, que permiten amar la realidad e imaginar las distancias, tuvieron que ver con la luz de la bahía gaditana, con las llanuras de Castilla, con el destierro del Cid, con los versos de un poeta granadino que dormía bajo la luna de la Alhambra, con las azoteas y las dunas del Sur. María Teresa y Rafael contaban historias, y poco a poco iban deshaciendo su equipaje, ordenando en el presente los tejidos de su melancolía, aclarando en los oídos de su hija el olor a cerrado de la memoria. La niña oyó primero, como un cuento infantil cargado de tesoros y milagros, todo lo que después leyó en los libros de sus padres.

Con motivo del día del libro, la Junta de Andalucía ha publicado 100.000 ejemplares de una antología de Rafael Alberti para distribuirla gratuitamente por colegios y bibliotecas. Aitana Alberti León presentó el libro en Sevilla, y no habló del poeta consagrado, del escritor que habita en la nómina de los grandes reconocimientos y los estudios académicos, sino del padre que se sentaba a la sombra de un álamo para contarle bellas historias, para hablarle de paisajes lejanos y de tesoros que esperaban en el otro lado del mar. Así fue aprendiendo ella a vivir en sus propios paisajes, a pisar bien la tierra en la que vivía, sin que se la llevara el viento, amarrada al peso de una ilusión. Así aprendió que las ficciones, las viejas historias, los libros, son el equipaje que nos ayuda a entender la realidad, que nos hace dueño de nuestros propios ojos, que nos salva de un presente arrugado, lleno de descosidos y de manchas.

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