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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Paisajismo antiglobalizador

Enrique Gil Calvo

Cuando en 1998 se cumplió el 150º aniversario del Manifiesto comunista, la industria editorial mostró escaso interés en celebrarlo, dada la muerte del marxismo certificada nueve años antes en beneficio del más feliz final de la historia que podían haberse imaginado los neoliberales. Puesto que el único eslogan vencedor era el de "¡financieros e internautas de todos los países, uníos!", la vieja llamada de Marx a la lucha común de todos los proletarios del planeta ya no parecía tener ningún sentido. No obstante, como los viejos rockeros nunca mueren, algunos de los marxistas sobrevivientes permanecieron fieles a sus orígenes. La verdad es que no fueron muchos, pues casi todos se pasaron al enemigo con el pretexto del común economicismo que vincula a liberales y marxistas, que también coinciden en compartir el mismo determinismo tecnológico. De ahí que tantos ex marxistas sean hoy vulgares apologistas de Internet.

ESPACIOS DE ESPERANZA

David Harvey

Traducción de Cristina Piña

Akal. Madrid, 2003

328 páginas. 25 euros

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Pero no todos hicieron lo mismo, pues algunos recalcitrantes se empeñaron contra viento y marea en resistir a la venalidad del cambio. Fueron los mismos que, ante la incomprensión general, intentaron celebrar la conmemoración del Manifiesto comunista tratando de releerlo -o sea, de reconstruirlo en un lenguaje contemporáneo- para ponerlo al día en un sentido tanto laboralista como emancipador. Pues bien, atravesando la doble barrera selectiva de la edición y la traducción, ahora llegan a nuestras librerías dos ejemplares de esta rara avis: las Aventuras marxistas (en Siglo XXI) del neoyorquino Marshall Berman -mundialmente conocido por su célebre obra maestra Todo lo sólido se desvanece en el aire-, y estos Espacios de esperanza del bristolense trasplantado a Baltimore David Harvey, que es el único de los dos que voy a comentar aquí.

Su autor no es desconocido entre nosotros, pues hace años (en 1979) Siglo XXI tradujo su Social Justice and the City (1973) con el título de Urbanismo y desigualdad social. Por eso Manuel Castells, en su ya célebre La sociedad red, cita abundantemente otro de sus libros más recientes: The condition of Postmodernity (1989). Pero David Harvey no es un sociólogo urbano sino un geógrafo humano, que no es lo mismo, pues la metodología sociologista de aquéllos, que define al territorio como una construcción social, es sustituida por otra que entiende la sociedad como una construcción territorial. Por desgracia, la geografía humana es la pariente pobre de las ciencias sociales, por lo que su determinismo territorial no ha sido escuchado, dada la hegemonía impuesta por el doble determinismo dominante, que es a la vez social y sobre todo histórico.

Pero en estos tiempos de capitalismo global, la perspectiva del geógrafo debiera ser la dominante, si nos tomamos en serio el concepto de globalización. De ahí la importancia de este libro, que propone sustituir el materialismo histórico del viejo marxismo por el nuevo materialismo espacial que su autor propone. Pero lo hace partiendo de Marx, precisamente, pues reinterpreta el Manifiesto comunista como primer gran texto pionero en definir y criticar la globalización capitalista, proponiendo vías emancipatorias capaces de superar sus peores injusticias, injusticias que Harvey redefine como desarrollo geográfico desigual, a la vez local y global. Y aquí destaca el extenso capítulo 8 que contiene un impresionante análisis del área metropolitana de Baltimore, como ejemplo de la más injusta degradación urbana donde coexisten brillantes espejismos espectaculares junto a una masiva miseria callejera, excluida y explotada.

En suma, el capitalismo actúa como un depredador de territorios, que reconstruye para comercializar como paisajes mercantiles. Pero si los explotadores son antipaisajistas especulativos, los anticapitalistas han de convertirse en paisajistas morales, recreando esos espacios para la esperanza que dan título al libro. Son las utopías, como paisajes ficticios que permiten rediseñar el territorio colectivo. Pero si hasta aquí las utopías eran históricas -o de diseño temporal, que busca colonizar y domesticar el futuro-, como todavía lo son tanto el viejo marxismo como el neoliberalismo, en tiempos de globalización nos hacen falta utopías geográficas de diseño espacial, que busquen regenerar el territorio para recrearlo como nuevo paisaje cívico, donde todos podamos desarrollar nuestras plurales capacidades de interacción corporal.

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