Reino Unido y España: mirando al futuro
El autor alaba la estrecha relación que mantienen los Gobiernos de Blair y Aznar y sus alianzas políticas ocasionales, pero niega que exista un eje Londres-Madrid
Ha sido para mí un gran honor ocupar el cargo de embajador del Reino Unido en Madrid a lo largo de los últimos cuatro años y medio e irme me causará gran pesar. Las relaciones bilaterales entre España y el Reino Unido nunca han sido tan estrechas, plenas y constructivas.
España es, en estos momentos, uno de los socios más importantes -tal vez el más importante- que tiene el Reino Unido en Europa. ¿Por qué es importante España para el Reino Unido? España es un destacado socio comercial, un importante inversor en el Reino Unido -al igual que el Reino Unido lo es en España-, es la quinta mayor economía de la Unión Europea, contamos con más de medio millón de británicos que residen en España y con trece millones de turistas que acuden cada año, y España comparte muchos de los objetivos de nuestras políticas en la Unión Europea y en otros ámbitos, tales como Kosovo, Bosnia, Afganistán y, en la actualidad, Irak.
La idea de un eje franco-alemán en Europa genera una fascinación sin fin
En el caso de Irak, el respaldo del Gobierno español ha sido inestimable. Ha revestido importancia en sí mismo y por el efecto que ha tenido en la Organización de las Naciones Unidas. Lo que se ha puesto de manifiesto en cuanto a Irak, y lo que simbolizó la presencia en las islas Azores de los presidentes de España y Portugal, es el apoyo de la mayoría de los países europeos a Estados Unidos en la batalla que éste ha entablado con el terrorismo y con la proliferación de las armas de destrucción masiva.
En el seno de Europa, un objetivo clave del Gobierno británico ha consistido en emplazar al Reino Unido en el centro del debate y del proceso de toma de decisiones dentro de Europa. Para ello necesitamos contar con aliados de similar talante. Así, el Gobierno británico se ha comprometido a adoptar la moneda única si se cumplen una serie de criterios económicos. No obstante, tal decisión habría de aprobarse mediante un referéndum. Si el Gobierno aspira a ganar ese referéndum, será importante demostrar, ante los ciudadanos del Reino Unido, que seguimos siendo capaces de influir en la política económica de la Unión Europea en todos aquellos ámbitos que son clave. Y, para poder hacerlo, precisamos socios, y uno de esos socios destacados es España, uno de los grandes países de la Unión Europea con un peso en las votaciones del Consejo Europeo en consonancia, y con políticas similares a las del Reino Unido en cuanto a lo que Europa necesita acometer en materia de reforma económica si quiere poder competir en el mundo globalizado del futuro.
El espectacular desarrollo de nuestras relaciones bilaterales en estos años recientes no se ha cimentado únicamente en la buena relación personal entre el primer ministro británico y el presidente español, sino en toda una diversidad de asuntos ante los cuales el Reino Unido y España comparten un enfoque común. Ha conducido esto, no obstante, a que se especule acerca de un posible eje Londres-Madrid. Y, en fecha más reciente, a raíz del conflicto en Irak, se ha hablado de un eje Londres-Madrid-Washington. Tales especulaciones distan mucho de la realidad.
Lo que, de hecho, se está produciendo es un debate en España muy similar al que se desarrolla en el Reino Unido. Los ciudadanos británicos están de acuerdo, a grandes rasgos, con que se salvaguardan mejor los intereses del Reino Unido mediante una participación activa y positiva en la escena internacional. No obstante, con frecuencia se presentan los debates de forma simplista: o bien se apoya un vínculo transatlántico sólido, o se cree en una relación europea cada vez más estrecha; pero, según algunos, no es posible tener ambas.
En España, la aparente división entre los que están a favor del vínculo atlántico y los proeuropeos ha resultado particularmente patente en los últimos meses debido a las disensiones en el seno de Europa acerca del modo de conseguir que Irak se desarmara.
Pero de ningún modo se trata de que España -o el Reino Unido- deba realizar una elección estratégica entre Europa y Estados Unidos. Ni tampoco de que, en el marco de Europa, Madrid deba alinearse absolutamente en todas las esferas con Londres o con París y Berlín.
La vida real es mucho más compleja. En la Unión Europea, los gobiernos deciden cuáles son sus intereses y, en función de los mismos, se alían con otros gobiernos. Estas coaliciones de interés varían según la cuestión de que se trate.
En muchos ámbitos de la reforma económica, los Gobiernos del Reino Unido y de España -ambos firmemente comprometidos con la lucha contra el desempleo y con la modernización de la economía europea- han colaborado muy estrechamente durante los últimos años y han estado a la vanguardia de Europa. Lo cual no significa que el Reino Unido y España no hayan forjado muchas otras alianzas con otros socios europeos cuando lo han considerado oportuno. El Reino Unido y Francia, por ejemplo, han protagonizado el impulso inicial de la nueva política de seguridad y defensa de la Unión Europea. Incluso en estos momentos en los que a muchos les gustaría pensar que las relaciones entre París y Londres atraviesan horas bajas, nos encontramos diseñando conjuntamente mecanismos de seguridad pilotados por Europa en los Balcanes.
Del mismo modo, España es muy ducha en forjar alianzas que favorezcan los intereses españoles en Europa. Y existen numerosos aspectos clave, entre los que figuran la reforma de la Política Agraria Común o el futuro de la financiación regional, en los que es muy posible que España busque otros socios que no sean el Reino Unido.
La idea de un eje franco-alemán en Europa genera una fascinación sin fin, tanto en el Reino Unido como en España. Lo cierto es que una relación sólida entre Francia y Alemania es positiva para nuestros intereses y deberíamos acogerla con satisfacción. No equivale ello a decir que debamos alinearnos con Francia y Alemania en todos los ámbitos. Existirán cuestiones en las que optemos por aliarnos y otras en las que no. Y no olvidemos que son muchos los asuntos europeos en los que Francia y Alemania distan mucho de compartir una postura común. Como sería de esperar, y como todo Estado soberano, cada país posee una visión de sus propios intereses nacionales y otra, igualmente diferenciada, de la Europa a la que pertenece.
Lo que defiendo es, sencillamente, que no deberíamos permitir que el debate en torno a la política exterior, ya sea en España o en el Reino Unido, nos fuerce a elegir entre falsas opciones. La relación transatlántica reviste una importancia capital, no sólo para el Reino Unido y para España, sino para Europa en su conjunto. La misma ha sustentado la seguridad europea de un modo que ha posibilitado que Europa Occidental prospere durante cincuenta años. Y ha de continuar ofreciendo esa estabilidad en la Europa ampliada que estamos creando.
Pero, precisamente porque Europa se está ampliando, el modo en el que ha operado en el pasado ya no será adecuado para su funcionamiento futuro. La forma en la que se adoptan decisiones y se forman alianzas en una Europa de seis o de quince miembros diferirá mucho de cómo se hará con veinticinco o veintisiete o veintiocho.
En el futuro, la norma será la geometría variable, esto es, el sistema mediante el cual varios países se alinean para ocuparse de cuestiones concretas que les son comunes de acuerdo con cuál sea cada cuestión.
Y dado que el Reino Unido y España tienen tanto en común en estos momentos (una perspectiva transatlántica compartida, una situación geográfica común en la periferia de Europa separadas de la Mitteleuropa, un respaldo firme al Estado nación, un enfoque común de la reforma económica y de la liberalización de los mercados europeos, etc.), tengo la certeza de que ambos van a continuar colaborando estrechamente en la futura construcción de Europa al tiempo que trabajan juntos con el objeto de conseguir que nuestra influencia se extienda más allá, al resto del mundo.
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