Las huellas del agente naranja
Un fotógrafo de Castellón se dedica a mostrar los estragos de la guerra química en Vietnam
"Eso no es una escuela, es un hospital para gente pobre. Muchos de ellos son niños con problemas provocados por las sustancias químicas de la guerra". Si aquel guía no hubiera dado esta explicación a Manuel Navarro durante su luna de miel, quizá su vida hubiera sido otra. Sin embargo, algo hizo que se interesara por ellos y ese fue el inicio de lo que se convirtió casi en una obsesión y que provocó que, durante tres años consecutivos, viajara a Vietnam para conocer los efectos del agente naranja. Su intención, únicamente, "mostrarlo". Hacer fotos y trasladar al mundo las devastadoras huellas de aquel agente naranja con el que fueron rociados por EE UU 100.000 kilómetros de cultivo y cinco millones de hectáreas de bosque tropical durante la guerra de Vietnam.
Las dioxinas son un subproducto químico que nadie concibió, ni diseñó
Escuelas, hospitales, viviendas, centros de rehabilitación y de acupuntura y las calles fueron sus paisajes, en la mayoría de los casos con niños como protagonistas de unas imágenes inolvidables. Malformaciones, hidrocefalias, ciclopía y falta de extremidades, son algunos de los efectos visibles aún casi una treintena de años después.
Navarro tiene un libro en proyecto, un Diario gráfico que constituye más que una muestra de aquellos días de 1999, 2000 y 2001 que pasó en el "país del sur". El trabajo está prologado por un químico, un naturalista y un ginecólogo. Expertos y profesionales de tres de los aspectos que inundan las huellas de aquel herbicida. Como dice uno de los prologuistas, Luis Miguel Domínguez, director, además, del documental Vietnam, vida tras la muerte, el trabajo "no es un documento antiamericano. Es un libro que habla de los errores y sus malvadas consecuencias". Pascual Casabó explica qué son las dioxinas, un subproducto químico que "nadie concibió, ni diseñó, que nadie quería porque no tenía utilidad conocida, pero que apareció". Son sustancias ajenas al organismo vivo que, enviando mensajes erróneos a las células se manifiestan a través de cambios metabólicos y hormonales y de alteraciones diversas.
El tercer prólogo es obra del ginecólogo José Luis Gómez Palomares, quien acompañó a Navarro hasta Vietnam en sus dos últimos viajes. Él llega a recomendar a las vietnamitas que no se queden embarazadas y "a las mujeres de los soldados americanos que volvieron, también".
Desde Almassora, Manuel Navarro preparó, cuidadosamente, cada uno de sus viajes, aunque no por ello dejara de encontrarse con las trabas propias de la burocracia. Contactó con organizaciones no gubernamentales y colectivos para, además, llevar algo de ayuda.
Poco más de doce meses separaron cada una de sus estancias que acabaron con la visita al Hospital de Tu Du. Allí visitó un lugar que él califica de "cuarto de los horrores". Una "sala de exposición", según figuraba, "sin eufemismos" en la puerta. Allí, localizados en estanterías, alrededor de 300 frascos guardan, en formol, fetos con gravísimas consecuencias del agente naranja. "Aberraciones que no puede superar el cien de terror", explica él, sin exagerar ni un solo ápice. "Mi mente no deja de pensar en los que vinieron al mundo", escribió en un diario. Niños con ocho extremidades, dos cabezas, un ojo... Sin embargo, todo el libro, tanto sus imágenes como el texto, capturan sinceras sonrisas, "voluntades y optimismos", tal como señala Domínguez. Esperanza y paz son algunos de los nombres que reciben los hospitales en los que estos niños pasan la vida.
No en vano, Manuel Navarro acaba su trabajo con imágenes de un parto sano. Imágenes de "una gran puerta abierta hacia la vida".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.