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Columna
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Paradojas

Cada vez que se habla de rehabilitar el centro histórico de Alicante, el alicantino sospecha que va a derribarse algún edificio de interés en la ciudad. Así sucedió en días pasados: mientras el alcalde, Díaz Alperi, se reunía con la Coordinadora para la Recuperación del Centro Tradicional, y les desgranaba un rosario de promesas, los obreros derruían un inmueble del siglo XIX. El edificio estaba considerado de "singular valor arquitectónico" y, como en otras ocasiones, Cultura había pedido su conservación al Ayuntamiento. Naturalmente, Díaz Alperi hizo oídos sordos a la petición y quien pasee hoy por la calle de Gerona encontrará un soberbio solar.

Pese a la opinión de su detractores, la política municipal de permitir el derribo de construcciones antiguas tiene indudables ventajas económicas. Quizá por ello ha tenido tanto predicamento en la ciudad. De hecho, si el Ayuntamiento demorara algunos años la rehabilitación del centro de Alicante, probablemente ya no sería preciso realizarla. La iniciativa privada se encargaría del trabajo mediante el expeditivo procedimiento de arrasar cualquier piedra con algunos años de antigüedad y edificar en su lugar nuevos y cómodos inmuebles.

Personalmente, la aplicación de este procedimiento no me sabría del todo mal si cumpliera, al menos, una condición: que en lugar de los viejos edificios centenarios que se derruyen, se edificaran otros modernos, con una arquitectura de mayor calidad. A fin de cuentas, Alicante es una ciudad sin historia -como uno ya ha escrito muchas veces- y el derribo de algunas viviendas no empeoraría las cosas. Sin embargo, se está produciendo un fenómeno curioso para el que no encuentro explicación: los inmuebles que se edifican suelen ser, casi todos ellos, imitaciones -malas imitaciones- de aquella arquitectura del XIX. Los arquitectos los trazan con un estilo tan incoherente y falto de proporción que han convertido el centro de Alicante en un pastiche llamativo.

A algunas personas les parece contradictorio que el alcalde se reúna con los vecinos y hablen de recuperar el centro, mientras permite la destrucción de la ciudad. Sin embargo, en ello no hay más que la continuidad de una vieja política municipal. Es la misma política que, sin excepciones, se ha seguido siempre en la ciudad, gobernaran ayuntamientos de uno u otro signo político. Y es que, en contra de lo que suele pensarse, no se trata de una cuestión de ideología sino de sensibilidad.

Mi opinión, en todo este asunto, es que el Ayuntamiento no cree demasiado en los planes para recuperar el centro de la ciudad: los ve como una tarea molesta, que debe acometer por la insistencia de los vecinos. Como trabaja sin convicción, el éxito de la empresa será improbable. Para lograr un resultado, estas actuaciones requieren paciencia, voluntad y, sobre todo, perseverancia. Aún así, los resultados serán aleatorios. Desde luego, jamás podrán compararse a los de cualquier plan de actuación urbanística, donde basta tirar de cordel y dibujar unos planos para trazar calles y levantar de inmediato cientos de viviendas. Además, en la rehabilitación del centro no suele haber mucho negocio, la verdad.

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