El Papa que acabó con Trento
Tele 5 repasa el pontificado del artífice del Concilio Vaticano II en la miniserie ‘Juan XXIII’
Si las canonizaciones se hicieran por aclamación popular, como en los primeros siglos del cristianismo, Juan XXIII ocuparía ya los más relucientes altares del catolicismo. Pero no soplan en Roma buenos vientos para este tipo de santos. En realidad, nunca soplaron. Lo deja claro la miniserie de cuatro horas sobre la vida y pontificado de Giovanni Roncalli que hoy emite Tele 5 (22.00). Los italianos la vieron hace un año por capítulos y fue un acontecimiento mediático, la serie más vista en la historia de la televisión en aquel país.
Juan XXIII fue el pontífice del aggiornamento y la convivenza, las palabras preferidas de Roncalli. Un hombre nada corriente, por lo demás. Hijo de agricultores pobres, estudió para cura con la ayuda de un vecino con posibles, entusiasmado con el chico, y nunca pudo ser lo que realmente soñó: "Un pobre cura de pueblo". "Siempre me ocurrieron cosas distintas de las que quería, aunque no siempre lo he lamentado", dijo cuando en octubre de 1958 fue elegido Papa, contra todo pronóstico y para susto de los cardenales conservadores. En la España de entonces, negra, represiva y nacionalcatólica a machamartillo, se llegó a rezar en algunos conventos "por la conversión del Papa".
Contra los franceses
Aún hoy (mejor dicho: sobre todo hoy) sorprende que un eclesiástico del carácter y la trayectoria aperturista de Roncalli pudiera alzarse con la tiara papal a la muerte del aristócrata y hierático Pío XII. Es ésta la mejor percepción del telefilme, que se ve como lo que es: una larga película entretenida y un documento en el que los protagonistas -magnífico Ed Asner (Lou Grant) en el papel de Papa- hablan y se comportan con conocimiento de causa. Así, el cónclave que nos enseña la película ("se non ê vero ê ben trovato") empieza cuando el poderoso cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto del Santo Oficio (antigua Inquisición, hoy Congregación para la Doctrina de la Fe), se dirige a Roncalli, cardenal de Venecia, para sondear sobre sus preferencias en las votaciones.
"Lo importante es neutralizar a los franceses", le explica Ottaviani, con un no disimulado aire de superioridad. "Yo no tendría ningún problema con un francés", replica Roncalli [había sido nuncio en París tras la II Guerra Mundial con el encargo de Pío XII de evitar que el general De Gaulle expulsara a 33 obispos colaboradores del régimen filonazi del mariscal Pétain]. Ottaviani se exaspera: "¿Pero cómo vamos a elegir a un extranjero?". Réplica de Roncalli: "Por qué no? ¿No era extranjero San Pedro?".
En realidad, Roncalli a quien prefería era a Giovanni Battista Montini, el culto, político y hamletiano arzobispo de Milán. "¡Pero si no es cardenal!", le reprocha Ottaviani, dando prueba de su conservadurismo (cualquier persona puede ser elegido papa, ni siquiera es necesario ser cura). Montini sería el sucesor de Juan XXIII como Pablo VI y unía su nombre a otros dos pontífices investigados -molestados severamente- por la Inquisición a lo largo del siglo XX: el propio Juan XXIII y, años antes, quien le hizo obispo, Benedicto XV, de seglar Giacomo dalla Chiesa.
Son soberbias las escenas del futuro papa cuando era secretario del obispo de Bérgamo, el gran Giacomo María Radini Tedeschi, mezclados los dos con huelguistas que protestan por sus jornadas de 14 horas y los salarios de miseria. Un inquisidor venido de Roma les riñe por haber entregado el anillo episcopal -para comida en la cárcel- y por acoger en palacio al bebé de una mujer presa. ¡Un obispo obrero!, ¡un cura que blasfema con que hay "huelgas legítimas"!, clama el engreído curial, a la espera de la reprimenda que debe emitir el Vaticano. Cuando llega la carta, y la abre con fruición, casi con regocijo, el inquisidor muda su sonrisa. Y calla, tirando la misiva sobre el escritorio del prelado. El Papa ha salvado a Radini Tedeschi.
Son esos años de aprendizaje, entre pobres y perseguidos, lejos de Roma, pero sufriendo su prepotencia y ostentación, donde Roncalli va forjando su idea de una Iglesia abierta, compasiva, de convivenza y aggiornamento. Cuando convoca el Vaticano II, la curia tiembla. Con razón, teme lo peor. Tres mil obispos y decenas de teólogos hasta entonces proscritos llegan a Roma desde todas las esquinas del mundo y ponen patas arriba al Vaticano: libertad religiosa y de conciencia; derechos humanos también dentro de la Iglesia (suprimida la Inquisición); fuera el latín (que los fieles entiendan en su lengua vernácula lo que el cura les dice); las misas, de cara a los cristianos... Y se acabó esa terrible idea romana de que “el error no tiene derechos”. Por cierto, Juan XXIII visitó España siendo ya cardenal, pero se negó a ver a Franco. Odiaba la palabra “cruzada”, referida al criminal golpe de Estado de 1936, que llenó de dolor el destino de los españoles con la reverencia y bendición de los jerarcas eclesiásticos de entonces.
'Teresa de Jesús', en TVE-1
La Primera recupera esta noche (22.00), en versión abreviada, Teresa de Jesús, la serie dirigida entre noviembre de 1982 y agosto de 1983 por Josefina Molina, en la que Concha Velasco daba vida a la santa de Ávila. La superproducción de TVE contó en su momento con la colaboración de Víctor García de la Concha y Carmen Martín Gaite para la elaboración de los guiones, que se estrenaron en ocho episodios, recortados a la mitad por la italiana RAI para su emisión en el país transalpino, versión que hoy se programa.
Entre otros reconocimientos, la biografía Teresa de Jesús -que contó con un presupuesto de 360 millones de pesetas de los de entonces (2,1 millones de euros) y un reparto de más de medio centenar de actores principales- fue elegida Serie del Año por el Festival de Cine de Valladolid en 1984. "En el siglo XVI la vida se degustaba con otro ritmo, y yo quería que la serie fuera como asomarse tranquilamente a ver cómo fluye un río", defendía Molina su obra.
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